Cartago. La ciudad y sus instituciones.

La fundación
“Hacia esa época, murió el rey Mattán después de haber instituidos herederos a su hijo Pigamalión y a su hija Elisa, joven virgen de una rara belleza. Pigmalión, a pesar de su extrema juventud fue llevado al trono por el pueblo, y Elisa se casó con Acerbas, su tío materno, sacerdote de Hércules, que ocupaba a este título el segundo rango en el Estado. Poseía inmensos tesoros que, temiendo la avaricia del rey, guardaba en el seno de la tierra y no en su palacio, y aunque el hecho no era conocido la fama de sus riquezas era grande. Impulsado por estos rumores y encendido por un deseo culpable, Pigmalión, a despecho de las leyes humanas y de los sentimientos naturales, asesinó a, quien a la vez era su tío y su cuñado.
Llena de horror por la muerte, Elisa supo sin embargo disimular su odio y, componiendo su semblante, prepararse para la huida. Se asocia en secreto a algunos de los grandes, como ella, enemigos del rey y presurosos por huir. Atacando entonces a su hermano por medio de la astucia, le anuncia el deseo de instalarse cerca de él, queriendo, dice, olvidar a su esposo y abandonar el palacio cuyo aspecto inoportuno, atizando siempre los recuerdos, reanima y perpetua su pesadumbre.
Pigmalión consiente con placer a las proposiciones de su hermana, esperando recibir los tesoros de Acerbas. A la llegada de la noche, ella hizo embarcar con sus tesoros a aquellos que el rey había enviado con el fin de ayudar en los preparativos de la partida, gana el alta mar y les fuerza a arrojar a las olas sacos llenos de arena, que parecen contener los tesoros. Después, derramando lágrimas y conjurando tristemente el nombre de Acerbas, le conjura de tomar las riquezas que abandona, y de aceptar en sacrificio el oro que había causado su pérdida. Dirigiéndose enseguida a los enviados del rey, les dice que la muerte que le es reservada la anhela desde tiempo atrás, más que para ellos, horribles tormentos y crueles suplicios les esperan por haber defraudado la codicia del tirano por las riqueza de Acerbas, que había querido conseguir con un parricidio. Todos, espantados, consienten en exiliarse con ella. Numerosos senadores, cuya huida había sido preparada, vienen a sumarse a ella, e implorando por medio de los sacrificios el apoyo de Hércules, del que Acerbas había sido el pontífice, quieren buscar otra patria.
Llegaron luego a la isla de Chipre, donde el gran sacerdote de Juno, dócil a las órdenes de los dioses, vino, con su esposa y sus hijos, a ofrecer a Elisa compartir su suerte, estipulando para el mismo y su posteridad un sacerdocio eterno. Esta condición pareció un presagio favorable. Era costumbre en Chipre, que en días señalados la jóvenes vírgenes vinieran junto a la orilla del mar para ganar la plata que engrosaría su dote sacrificando a Venus los restos de su virginidad. Alrededor de ochenta de ellas, tomadas por orden de Elisa, son llevadas sobre los navíos para convertirse en las esposas de sus jóvenes y ayudar a poblar su ciudad. No obstante Pigmalión, enterado de la huida de su hermana, se prepara para perseguirla y llevar contra ella sus armas impías, pero al final se deja calmar por las súplicas de su madre y las amenazas de los dioses, pues los adivinos le anuncian que no perturbará impunemente el establecimiento de una ciudad que el favor de los dioses distingue ya del resto del mundo. Los fugitivos debieron su salvación a estos oráculos.
Habiendo arribado a las costas de Africa, Elisa busca la amistad de los habitantes, que veían con gozo en la llegada de los extranjeros, una ocasión de tráfico y de intercambios mutuos. En seguida compra tanto terreno como pueda cubrir una piel de buey, para asegurar hasta su marcha un lugar de reposo a sus compañeros fatigados de una tan larga navegación. Después, haciendo cortar el cuero en bandas muy estrechas, ocupa más espacio que el que no habría podido solicitar. De allí vino más tarde a este lugar el nombre de Byrsa. Atraídos por la esperanza de ganancia, los habitantes de los lugares cercanos acudieron en tropel para vender sus géneros a estos nuevos huéspedes, estableciéndose junto a ellos, y su número creciente daba a la colina el aspecto de una ciudad. Los diputados de Utica, encontrando en aquellos a sus mayores, vinieron a ofrecerles presentes y les animaban a fundar una ciudad en el lugar que la suerte les había dado por asilo. Los africanos querían retener también a estos extranjeros entre ellos. Así, con el consentimiento de todos, Cartago es fundada; un tributo anual es el precio del terreno que ocupa. Comenzando a excavar sus cimientos se encuentra una cabeza de buey que presagia un suelo fecundo pero difícil de cultivar y una servidumbre eterna; se decide entonces levantar la ciudad en otro lugar y al excavar se encuentra una cabeza de caballo, símbolo de valor y de poder, que parecía consagrar el sitio de la nueva ciudad. Atraídos por la fama, numerosas gentes vinieron luego a poblarla y engrandecerla.
Ya Cartago era rica y potente, cuando Hiarbas, rey de los Maxitanos, habiendo llamado junto a él a diez de los principales cartagineses les demanda la mano de Elisa, bajo amenaza de guerra. Los diputados, no osando llevar este mensaje a la reina, recurren, para sorprenderla, a la astucia cartaginesa. El rey, dicen, querría que alguno de ellos viniera a civilizar a los africanos y a su rey, más ¿quién podría consentir alejarse de sus hermanos para llevar la vida salvaje de estos bárbaros?. La reina les respondió por medio de reproches: temían sacrificar los goces de una vida tranquila a la salud de esta patria, a la cual debían, en caso de necesidad, sacrificar su propia vida. Fue entonces cuando la dieron cuenta de los propósitos del rey, añadiendo que, para salvar Cartago, debía seguir ella misma los consejos que acababa de darles. Sorprendida por esta artimaña, bañada de lágrimas y emitiendo sollozos lastimeros, invoca el nombre de su esposo Acerbas; en fin, ella promete ir donde la llamaba el destino de Cartago. Toma un plazo de tres meses, hace llevar a las puertas de la ciudad una gran pira, inmola numerosas víctimas destinadas, dice, a aplacar los manes de su esposo y a expiar su nuevo matrimonio. Después, armada de un puñal, se alza sobre la pira y, volviéndose hacia el pueblo, "dócil a vuestros deseos -dice- voy a reunirme con mi esposo", se arroja a su seno”.
Justino, (XVIII, 4-5)

“En los tiempos pasados, Dido atraviesa las enormes olas para huir del país de Pigmalión, y abandonando un reino mancillado por el crimen de su hermano, llega a las riveras de Libia donde la empuja el destino. Allí compra tierras y construye una nueva ciudad sobre la porción de suelo que le fue permitida delimitar con una piel de buey que había cortado en tiras”
Silio Itálico, Púnica, I, 21-26.

“Llevar aljaba es costumbre de las muchachas de Tiro
y anudar en alto sus piernas a coturnos de púrpura.
Tierra de púnicos es la que ves, tirios y la ciudad de Agénor,
y las fronteras con los libios, pueblo terrible en la guerra.
Tiene el mando Dido, de su ciudad tiria escapada
huyendo de su hermano. Larga es la ofensa, largos
los avatares; más seguiré lo más sobresaliente de la historia.
De ésta el esposo era Siqueo, el hombre más rico en oro
de los fenicios, y lo amó la infeliz con amor sin medida,
desde que su padre la entregara sin mancha y la uniera con el en primeros
auspicios. Pero el poder de Tiro lo ostentaba su hermano
Pigmalión, terrible más que todos los otros por sus crímenes.
Y vino a ponerse entre ambos la locura. Este a Siqueo,
impío ante las aras y ciego de pasión por el oro,
sorprende a escondidas con su espada, sin cuidarse
del amor de su hermana; su ación ocultó por mucho tiempo
y con mentiras y esperanzas vanas engañó a la amante afligida.
Pero en sueños se le presentó el propio fantasma de su insepulto
esposo, con los rasgos asombrosamente pálidos;
las aras crueles descubrió y el pecho por el hierro
atravesado, y desveló todo el crimen secreto de su casa.
La anima luego a disponer la huida y salir de su patria,
y saca de la tierra antiguos tesoros escondidos,
ayuda para el camino, gran cantidad de oro y plata.
Conmovida por ésto preparaba Dido su partida y a los compañeros.
Acuden aquellos que más odiaban al cruel tirano,
o que más le temían; de unas naves que dispuestas estaban
se apoderan y las cargan de oro. Se van por el mar
las riquezas del avaro Pigmalión; una mujer dirige la empresa.
Llegaron a estos lugares, donde ahora ves enormes murallas
y nace el alcázar de una joven Cartago,
y compraron el suelo, que por esto llamaron Birsa,
cuanto pudieron rodear con una piel de toro”.
Virgilio, Eneida, I, 336-368.

“Elisa arriba finalmente a Libia, donde ella fue llamada Dido por los autóctonos, a causa de sus numerosas peregrinaciones”.
Timeo, frag. 23.

“Desde hace muchísimos años existen entre los tirios crónicas redactadas y guardadas por el Estado con sumo cuidado que relatan los hechos dignos de memoria ocurridos entre ellos o en sus relaciones con los extranjeros. Allí se dice que el templo de Jerusalén fue construido por Salomón ciento cuarenta y tres y ocho meses antes de que los tirios fundaran Cartago... Díos nos ha aportado su testimonio sobre lo que acabo de decir y a continuación voy a citar a Menandro de Efeso. Este autor ha relatado los acontecimientos de cada reino, hayan tenido lugar entre los griegos o entre los bárbaros, después de esforzarse por aprender la historia de las crónicas nacionales de cada pueblo...'Se computa el tiempo transcurrido desde este rey hasta la fundación de Cartago de la siguiente manera.: muerto Hiram recibió el trono su hijo, Balbacel, que vivió cuarenta y tres años de los que reinó diecisiete. Tras él, Abdastrato, su hijo vivió veintinueve años y reinó nueve. Los cuatro hijos de su nodriza conspiraron contra él y le mataron. Reinó el mayor, Melcastarto, hijo de Leastrato, quien vivió cincuenta y cuatro años y reinó catorce. Después de éste, su hermano Astarimo, que reinó cincuenta y cuatro años de los que reinó nueve. Este fue asesinado por su hermano Feles, quién se apoderó del trono y reinó ocho meses de los cincuenta años que vivió. Le asesinó Ithobaal, el sacerdote de Astarté, quién vivió sesenta y ocho años y reinó treinta y dos. Le sucedió su hijo Balezor, que vivió cuarenta y cinco años y reinó seis. Fue su sucesor su hijo Mattan, que vivió treinta y dos años y reinó veintinueve. Su sucesor fue Pigmalión, que vivió cincuenta y seis años y reinó cuarenta y siete. En el séptimo año de su reinado, su hermana huyó a Libia y edificó una ciudad llamada Cartago.
Así pues, todo el tiempo que separa el reinando de Hirám de la fundación de Cartago hace un total de ciento cincuenta y cinco años y ocho meses Puesto que el templo de Jerusalén fue construido en el doceavo año de reinado de aquel rey, resultan desde la construcción del templo hasta la fundación de Cartago ciento cuarenta y tres años y ocho meses”.
Flavio Josefo, Contra Apión, I, XVII, 106 ss.

“En medio de la ciudad, dedicado a los Manes de Elisa, la fundadora, rodeada tradicionalmente por los tirios de una piedad respetuosa, cercado por un cinturón de tejos y pinos que, con su sombra lúgubre, esconden la luz del día, había un santuario. Es allí, dice la leyenda, que la reina habría dicho adios a los desvelos de la vida terernal”.
Silio Itálico, Púnica, I, 82-87.

“...en medio de la ciudad se encontraba la acrópolis, a la que llamaban Byrsa”.
Estrabón, XVII, 3, 4.

“Cartago tenía el aspecto de una ciudad doble, la parte interior era llamada Byrsa, la parte exterior que rodeaba a la otra Magalia ”.
Servio, In Aeneid., I, 368.

“La parte de la ciudad que daba al mar, junto a un escarpado acantilado, estaba protegida por una muralla simple. La parte que miraba hacia el sur, hacia el continente, donde estaba la ciudad de Byrsa, estaba protegida en el istmo por una triple muralla... el objetivo principal de Escipión se centraba en Byrsa, puesto que era la zona más fortificada de la ciudad y la mayor parte de sus habitantes se habían refugiado en ella. Había tres calles que subían desde la plaza pública hacia ella, flanqueadas por casas de seis pisos, casi pegadas unas a otras...”.
Apiano, Libica, ., 88; 128.


BIBLIOGRAFÍA.

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El sitio.
He aquí la descripción del lugar que proporciona Polibio (I, 73-75), que la conoció personalmente en el curso de la última guerra contra Roma:

“La ciudad de Cartago está emplazada en un golfo. Por su posición tiene forma alargada, como una península, rodeada de mar en su mayor parte, y también por un lago. El istmo que la uno al continente africano tiene unos veinticinco estadios de anchura. No lejos de este sitio y por el lado que da al mar, está la ciudad de Utica, por el otro lado, el del lago está Túnez...el istmo que une Cartago al Africa está flanqueada por colinas de difícil tránsito, cuyos pasos hacia la región están tallados en la roca”.

La descripción de Apiano (Lib., 95), autor griego del siglo II nacido en Alejandría, aunque más sucinta, es similar:

“La ciudad se encontraba en el seno de un gran golfo y se asemejaba mucho a una península, pues la separaba del continente un istmo de veinticinco estadios de ancho. Desde este istmo, una lengua de tierra estrecha y alargada, de medio estadio de ancho, avanzaba hacia el oeste entre la laguna y el mar”.

La ciudad.
A medida que la aglomeración urbana se fue ampliando con el paso de los siglos, el primitivo asentamiento arcaico en la colina de Byrsa quedo convertido en la acrópolis o ciudadela de la ciudad, tal y como mencionan una serie de textos. Así, Estrabón (XVII, 3,4) “...en medio de la ciudad se encontraba la acrópolis, a la que llamaban Byrsa”

y Servio (In Aeneid., I, 368), gramático latino de finales del siglo IV en su comentario a la Eneida de Virgilio: “Cartago tenía el aspecto de una ciudad doble, la parte interior era llamada Byrsa, la parte exterior que rodeaba a la otra Magalia”.

Apiano (Lyb., 117) menciona también Mégara, un lugar de huertos bien irrigados al abrigo de las murallas de la ciudad, al norte de las colinas de la ciudad: “Mégara era un suburbio muy extenso de la ciudad adyacente a la muralla...estaba plantada de huertos y llena de árboles frutales separados por cercados de piedra y setos de zarzas y espinos, además de canales profundos de agua que corrían en todas direcciones....”.

El mismo autor (Lyb., 95) nos habla sobre el sistema de fortificaciones de la ciudad, semejante al que se ha encontrado en Kerkouane y Cartagena: “La parte de la ciudad que daba al mar, al borde de un precipicio, estaba protegida por una muralla simple. La parte que miraba hacia el sur, hacia el continente, donde estaba la ciudad de Birsa, estaba guarnecida en el istmo por una triple muralla. La altura de cada una de estas murallas era de treinta codos, sin contar las almenas y las torres, que estaban colocadas por toda la muralla a intervalos de dos pletros; cada uno tenía cuatro pisos y su profundidad era de treinta pies. Cada lienzo de muralla estaba dividido en dos pisos. En las parte inferior, cóncava y estrecha, había establos para trescientos elefantes y, a lo largo de ellos, estaban los abrevaderos; encima había establos con capacidad para cuatrocientos caballos y almacenes para el forraje y el grano. También había barracas para veinte mil soldados de infantería y cuatro mil jinetes. Tan gran preparativo para la guerra estaba distribuido para albergarse solo en el interior de la muralla. El ángulo que se curva desde esta muralla hasta el puerto, a lo largo de la lengua de tierra mencionada, era el único punto débil y bajo...” .

También nos informa sobre los puertos (Lib., 96): “Los puertos comunicaban entre ellos y tenían una entrada común desde el mar, de setenta pies de ancho, que podían cerrar con cadenas de hierro. El primer puerto era para barcos mercantes y había en él gran cantidad y variedad de aparejos; en el interior del segundo puerto, en su parte central, había una isla, y la isla y el puerto estaban interceptados a intervalos por grandes diques, los cuales albergaban astilleros con capacidad para doscientas naves, y adosados a los astilleros, había almacenes para los aparejos de las trirremes. Delante de cada astillero había dos columnas jónicas que daban el aspecto de un pórtico continuo al puerto y a la isla. En la isla estaba la residencia del almirante, desde la cual el trompetero daba las señales y el almirante los inspeccionaba todo. La isla estaba situada a ala entrada del puerto y tenía gran altura, de manera que el almirante veía todo lo que sucedía en mar abierto y, a su vez, los que penetraban en el puerto no podían tener una visión clara del interior. Ni siquiera eran visibles, en su conjunto, los astilleros para los barcos mercantes cuando entraban en el puerto, pues los rodeaba una muralla doble con puertas que llevaban a los barcos desde el primer puerto a la ciudad sin atravesar los astilleros”.


Los Altares de los Filenos.
Los llamados “Altares de los Filenos”, situados en un lugar indeterminado en el fondo de la Gran Sirte, el golfo de Sidras, señalaban el límite de la expansión de Cartago en esta parte del litoral norteafricano. He aquí la narración de Salustio (Jur., LXXIX) al respecto:“En el tiempo en que los cartagineses extendían su dominio por la mayor parte de Africa, también los de Cirene fueron poderosos y opulentos. En medio de ambos había un terreno arenoso de aspecto uniforme. No existía río ni monte alguno que señalase las fronteras. Este hecho provocó entre ellos una guerra grande y prolongada. Pero después que ejércitos y armadas de uno y otro bando fueron deshechos y puestos en fuga en numerosas ocasiones y que se habían causado unos a otros considerables pérdidas, temiendo que un tercero viniese a continuación a atacar a vencidos y vencedores, estando ya agotados todos, durante una tregua hacen un pacto para que un día determinado salgan emisarios de las ciudades respectivas. El lugar en el que se encontrasen quedaría reconocido como la frontera de ambos pueblos. Así pues, de Cartago son enviados dos hermanos llamados Filenos que hicieron el recorrido con gran rapidez. Los cireneos marcharon más lentamente... Cuando los cireneos se ven un tanto retrasados y con el miedo de ser castigados en su país por haber echado a perder sus intereses, acusan a los cartagineses de haber salido de su ciudad antes de tiempo, complican el asunto y en definitiva prefieren cualquier cosa a marcharse derrotados. Pero como los púnicos pidiesen otra condición siempre que fuese equitativa, los griegos ofrecen a los cartagineses la posibilidad entre ser enterrados vivos en ese lugar que reclamaban como frontera para su pueblo o permitirles a ellos continuar hasta donde quisiesen bajo la misma condición. Los Filenos, aceptada esa condición, ofrecieron a su patria el sacrificio de sus personas y sus vidas y fueron enterrados vivos. Los cartagineses consagraron en aquel lugar unos altares a los hermanos Filenos y les dedicaron otros honores en su propia ciudad”.

La Constitución de Cartago.
La constitución cartaginesa no permaneció inmutable, sino que experimentó cambios con el transcurso del tiempo, como sucedió en otras ciudades del entorno mediterráneo y parece conocer el propio Aristóteles (Pol., V, 7, 1307a) cuando da noticia del intento de establecer una “tiranía” por parte de Hanón: “En las aristocracias surgen las sublevaciones unas veces porque pocos disfrutan de las dignidades -lo que se ha dicho que remueve también las oligarquías- ya que es la aristocracia en cierto modo una oligarquía (pues en ambas pocos son los que mandan, aunque no por la misma razón pocos)...Y, por último, si alguno es poderoso y aún puede ser mayor, para reinar solo, como al parecer en Lacedemonia, Pausanias, el que fue general en las guerras médicas, y en Cartago, Hanón”.

Un episodio similar fue protagonizado por un tal Bomilcar en tiempos de la invasión de Agatocles (310/307 a. C.) según cuenta Diodoro de Sicilia (XX, 44): “En Cartago Bomilcar, que había planeado durante mucho tiempo instaurar la tiranía, buscaba una ocasión apropiada para sus planes.....Cuando Bomilcar había pasado revista a los soldados en la que se llamaba Ciudad Nueva, que se encuentra a poca distancia de la vieja Cartago, despidió al resto, más cogiendo a aquellos que estaban unidos en conspiración, quinientos ciudadanos y unos mil mercenarios, se autoproclamó tirano. Disponiendo a sus hombres en cinco columnas atacó matando a todos aquellos que se le oponían en las calles. Ya que un extraordinario tumulto estalló en la ciudad, los cartagineses supusieron en un principio que el enemigo había penetrado y la ciudad estaba siendo traicionada, cuando, no obstante se conoció la verdadera situación los jóvenes se reunieron, formaron compañías, y avanzaron contra el tirano. Pero Bomilcar, matándolos en las calles, se dirigió con rapidez al ágora, y encontrando allí muchos de los ciudadanos desarmados los masacró. Sin embargo, los cartagineses, después de ocupar los edificios en torno al ágora, que eran altos, lanzaron grandes y pesados proyectiles, y los participantes en el levantamiento comenzaron a ser abatidos, ya que la plaza estaba dentro de su alcance. Sin embargo, puesto que estaban sufriendo severamente, cerraron filas y forzaron la salida a través de estrechas calles hacia la Ciudad Nueva, siendo continuamente golpeados con los proyectiles desde todas las casas a las que se acercaban”.

Un pasaje de Aristóteles (Pol., II, 11, 1273b) puede resultar esclarecedor: “Aunque este es un gobierno oligárquico, los cartagineses rehuyen muy bien sus inconvenientes gracias a sus riquezas, haciendo emigrar una y otra vez a una parte del pueblo a sus colonias, y con este procedimiento se remedían y aseguran la estabilidad de su regimen”.

Más tarde, será el propio Aníbal, nombrado sufete, el protagonista de una importante reforma política según nos informa Tito Livio (XXXIIII, 45): “El aquel tiempo dominaba en Cartago el orden de los jueces, debiendo sin duda su poder a que la magistratura era vitalicia. Fortuna, reputación, hasta la misma existencia de los ciudadanos estaba a merced suya; tener por enemigo a un sólo juez era exponerse a la enemistad de todo el orden; y no faltaban acusadores dispuestos a denunciar a los jueces a aquellos que les habían ofendido. Era aquel despotismo real, ya que, en el uso que hacían de su exorbitante poder, olvidaban que eran magistrados de una república. En este estado de cosas, Aníbal, nombrado pretor (sufete), llamó ante sí al cuestor, que no obedeció la orden, pues pertenecía a la facción contraria, y como se pasaba de la cuestura al omnipotente orden de los jueces, se ensayaba ya en los rasgos de orgullo de su futura dignidad. Irritado, Aníbal envió un viator para que prendiese al cuestor y le llevó ante la asamblea del pueblo, en la que habló enérgicamente contra el rebelde y contra todo el orden de los jueces, cuyo orgullo e influencia despojaban de toda fuerza a las leyes y a los magistrados. Viendo que recibían favorablemente sus palabras, y que el pueblo consideraba el orgullo de los jueces como amenazador para su libertad, propuso e hizo adoptar en el acto una ley que declaraba anual la judicatura y prohibía nombrar juez dos años seguidos al mismo ciudadano. Pero tanto como le atrajo esta medida el favor popular, otro tanto le indispuso contra la mayor parte de los grandes. Otra reforma que emprendió en interés público le hizo objeto de odios personales. Las rentas del Estado, o se despilfarraban por mala administración, o las dilapidaban cierto número de nobles y de magistrados que se las repartían, hasta el punto que no había dinero para pagar el tributo anual que se debía a los romanos, estando amenazados los ciudadanos de oneroso impuesto”.


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