La expansión cartaginesa

Una colonia en Ibiza.
Según una noticia de Diodoro de Sicilia (V, 16, 2-3) los cartagineses habrían fundado una colonia en la isla de Ibiza en el año 653 a. C.:

“....hay una isla llamada Pitiusa que recibe esta denominación por la gran cantidad de pinos que crecen en ella. Se encuentra en medio del mar y dista de las Columnas de Heracles una travesía de tres días y otras tantas noches, de Libia un día y una noche, desde Iberia un sólo día. En cuanto a extensión es casi igual a Córcira. Aunque es de moderada fertilidad, tiene, no obstante, una pequeña comarca con viñas y olivos injertados en acebuches. Dicen que, de sus productos, destacan las lanas por su suavidad. La entrecortan campos y colinas y tiene una ciudad que se llama Ebussus, colonia de los cartagineses. Tiene también importantes puertos y considerables murallas y un gran número de casas bien construidas. La habitan toda clase de bárbaros, pero los más numerosos son los fenicios. Su fundación tuvo lugar ciento sesenta años después que la de Cartago”.


El comercio silencioso.
En algunos lugares del norte del Africa atlántica el comercio cartaginés parece haber adquirido un carácter especial, como leemos en Herodoto (I, 196 ss): "Los cartagineses cuentan también la siguiente historia: en Libia, allende las Columnas de Heracles hay cierto lugar que se encuentra habitado, cuando arriban a ese paraje, descargan sus mercancías, las dejan alineadas a lo largo de la playa y acto seguido se embarcan en sus naves y hacen señales de humo. Entonces los indígenas, al ver el humo, acuden a la orilla del mar, y, sin pérdida de tiempo, dejan oro como pago de las mercancías y se alejan bastante de las mismas. Por su parte, los cartagineses desembarcan y examinan el oro; y si les parece un precio justo por las mercancías, lo cogen y se van; en cambio, si no lo estiman justo, vuelven a embarcarse en las naves y permanecen a la expectativa. Entonces los nativos, por lo general, se acercan y siguen añadiendo más oro hasta que los dejan satisfechos. Y ni unos ni otros faltan a la justicia; pues ni los cartagineses tocan el oro hasta que, a su juicio, haya igualado el valor de las mercancías, ni los indígenas tocan las mercancías antes de que los mercaderes hayan cogido el oro".

La confederación marítima.
En el año 535 a. C. tenía lugar, frente a las costas de Córcega, la batalla de Alalia entre los foceos que, huyendo de los persas se habían asentado un poco antes en lugares como Alalia y Olbia, y una coalición marítima de etruscos y cartagineses:

“Cuando llegaron a Córcega, vivieron por espacio de cinco años en compañia de los que habían llegado anteriormente y allí erigieron santuarios. Pero, como resulta que se dedicaban a pillar y saquear a todos sus vecinos, ante ello, los tirrenios y los cartagineses, puestos de común acuerdo, entraron en guerra contra ellos con sesenta naves por bando. Los focenses equiparon también sus navíos en número de sesenta y salieron a hacerles frente al mar llamado Sardonio. Libraron entonces un combate naval y los focenses obtuvieron una victoria cadmea, pues cuarenta de sus naves fueron destruidas y las veinte restantes quedaron inservibles, al haber resultado doblados sus espolones. Se volvieron, pues, a Alalia, recogieron a sus hijos, a sus mujeres y todos aquellos enseres que sus naves podían trasportar y, sin demora, abandonaron Córcega poniendo rumbo a Regio”. Herodoto I, 165 ss.

A pesar de todos los intentos posteriores de convertir Alalia en el primer episodio de un enfrentamiento entre cartagineses y griegos en el Mediterráneo, Heródoto es muy claro al respecto, se trataba de erradicar la piratería focea en aquellas aguas. Este episodio de pirateria no es un caso aislado, como podemos observar en el siguiente texto del mismo autor:

“Por su parte, el foceo Dionisio, al percatarse de que la causa de los jonios estaba perdida, se hizo a la vela después de haber capturado tres naves enemigas, pero no con rumbo a Focea -pues sabía perfectamente que dicha ciudad, al igual que el resto de Jonia iba a ser esclavizada-, sino que, con los efectivos que disponía, puso proa a Fenicia. En aquellas aguas hundió varios gaulos, haciéndose con un cuantioso botín y, posteriormente, se dirigió a Sicilia, donde estableció su base y estuvo dedicado a la piratería en detrimento de cartagineses y tirrenos, pero no de los griegos”. (VI, 17).

Las relaciones de Cartago con las ciudades etruscas en el seno de la confederación marítima no parecen haberse reducido a una alianza puntal contra la amenaza que representaba la piratería focea en el Tirreno y en aguas de Sicilia. Los documentos arqueológicos demuestran, tanto en Cartago como en la misma Etruria, la intensidad y permanencia de estas relaciones. El testimonio de Arístóteles resulta igualmente significativo:

“...pues en este caso los etruscos y los cartagineses y todos los que tienen esa clase de acuerdos entre sí serían como ciudadanos de una sola ciudad; y estos tienen desde luego acuerdos sobre las importaciones y pactos de no agresión; pero ni se han creado magistraturas comunes a todos para esos asuntos, sino que son diferentes las de unos y otros, ni se cuidan unos de como deben ser los otros, de que ninguno de los sujetos a esos tratados sea injusto ni cometa infamia alguna, sino solamente de que no se dañen unos a otros...”. (Pol., III, 9, 1280a)

El descubrimiento arqueológico, de excepcional importancia, efectuado durante 1964 en Pirgos, uno de los puertos de Ceres, de unas láminas de oro y bronce con una inscripción bilingue en etrusco y en lengua púnica, aporta una confirmación de las palabras del filosófo ateniense. El texto fenicio de la inscripción, que se fecha hacia el 500 a. C., es el siguiente:

“A la señora, a Ashtarte lugar sagrado
este que ha hecho y que ha dado
Theferie Velianas reinante sobre
Caere en el mes del sacrificio
del sol en don en el santuario y ha construido
una capilla porque Ashtarte ha requerido de él
para su reino en el año tres en el
mes de krr en el día de la sepultura
de la divinidad y los años para la ofrenda de la divinidad
en su santuario son años como esta estrella....”

En la versión etrusca de la inscripción, que fue hallada en una pequeña esedra rectangular entre los llamados templos A y B, Astarte es identificada con Uni, o sea Hera/Juno.

Los tratados con Roma.
Este tipo de relaciones parece que se establecieron también con Roma, situada entonces bajo la dominación etrusca, a juzgar por la presencia de un topónimo arcaico portus punicum, similar al de Ceres, así como por lo que podemos leer en el primer tratado romano- cartagines del 509 a. C. que nos ha sido transmitido por Polibio:

“El primer pacto entre romanos y cartagineses se concluye en tiempos de Lucio Junio Bruto y Marco Horacio, los primeros cónsules romanos nombrados después del derrocamiento de la monarquía. Bajo su consulado se consagró el templo de Júpiter Capitolino. Esto ocurrió veintiocho años antes del paso de Jerjes a Grecia. Lo hemos transcrito traduciéndolo con la máxima exactitud posible, pues también entre los romanos es tan grande la diferencia entre la lengua actual y la antigua, que, algunas cosas, apenas si los más entendidos logran discernirlas claramente. Los acuerdos son como sigue: 'Que haya paz entre los romanos y sus aliados y los cartagineses y sus aliados bajo las condiciones siguientes: que ni los romanos ni los aliados de los romanos naveguen más allá del Cabo Hermoso a no ser que les obligue una tempestad, o bien los enemigos. Mas si alguien es llevado allá por la fuerza, que no le sea permitido comprar ni tomar nada, excepto las provisiones para la nave o para los sacrificios y que se vayan a los cinco días. Los que lleguen allí con fines comerciales no podrán hacer ninguna transacción sin la presencia de un heraldo o un escribano. Lo que se venda en presencia de éstos será garantizado al vendedor por fianza pública, tanto si se vende en Africa como en Cerdeña Si algún romano se presenta en Sicilia, en un paraje sometido a la autoridad de Cartago, gozará de los mismos derechos que los otros. Que los cartagineses no cometan injusticias contra el pueblo de los ardeatinos, ni contra el de Antio, ni contra el de Laurento, ni contra el de Circes, ni contra el de Terracina, ni contra ningún otro pueblo latino sujeto a los romanos. En cuanto a las ciudades independientes, evitarán atacarlas, más si llegan a apoderarse de una de ellas deberán entregarla intacta a los romanos. Los cartagineses no levantarán ninguna fortificación en el Lacio y si tuvieran que penetrar en armas en el territorio latino que no lleguen a pernoctar allí”. (III, 22; TRAD. M. Balasch Recort)

La cronología de estos tratado plantea ciertos problemas, ya que el primero no es conocido por Diodoro, quién afirma que el primer tratado entre Roma y Cartago se concluyó en el 348 a. C., por lo que correspondería al segundo mencionado por Polibio. Tito Livio, por su parte, menciona un tratado en el 348, aunque no dice que sea el primero y luego afirma que fue renovado en el 306 a. C por tercera vez y en el 279 por cuarta. De este modo, los testimonios de Polibio y Tito Livio contradicen el de Diodoro, pero es posible que este último no mencione el primero de los tratados por no considerarlo romano, sino etrusco.

Pese a la fecha del 509 a. C, año en que se establece la República en Roma, que le atribuye la tradición, este tratado se inserta en el contexto de las relaciones de Cartago con las ciudades etruscas, lo que explica la preocupación romana por mantener a los cartagineses alejados del Lacio, algo improbable para una recién constituida República romana sin salida aún al mar, en un tiempo en el el control que los etruscos habían ejercido sobre la Italia central se debilitaba por momentos. Es probable que los primeros magistrados republicanos de Roma se hayan limitado a refrendar un tratado que, sin duda, era algo anterior y que la historiografía romana posterior, hostil a la presencia etrusca en Roma, haya querido borrar del recuerdo. De esta forma se aumentaba también la grandeza de la joven República, a la que se asignaban unos intereses en ultramar que no le correspondían.

Y continua Polibio comentando el texto del tratado:

“El Cabo Hermoso está junto a la misma Cartago, en la parte norte. Los cartagineses se oponen rotundamente a que los romanos naveguen por allí hacia el sur con naves largas porque, según creo, no quieren que conozcan los parajes de Bizacena, ni los de la Pequeña Sirte, la llamada Emporio por la fertilidad de sus tierras. Si alguien permanece allí forzado por una tempestad o por la amenaza de los enemigos, y carece de lo preciso para los sacrificios o para el equipamiento de la nave, se aviene a lo que tome, pero nada más; exigen que los que han fondeado allí zarpen al cabo de cinco días. Los romanos tienen permiso de navegar, si es para hacer comercio, hasta Cartago, hasta la región de Africa limitada por el Cabo Hermoso, y también a Cerdeña y a la parte de Sicilia sometida a los cartagineses; éstos les prometen asegurar con una fianza pública un trato justo. Por este pacto se ve que los cartagineses hablan como de cosa propia de Cerdeña y de Africa; en cambio, al tratar de Sicilia, precisan formalmente lo contrario, dado que hacen los acuerdos sobre aquella parte de Sicilia que cae bajo la autoridad cartaginesa. Igualmente los romanos pactan acerca de la región del Lacio, y no hacen mención del resto de Italia porque no cae bajo su potestad”. (III, 23; TRAD. M. Balasch Recort)

Tras el primer tratado romano-cartaginés se concluyó otro en el año 348 a. C. Polibio, una vez más, es nuestra fuente:

“Después de éste los cartagineses establecieron otro pacto, en el que incluían a los tirios y a los habitantes de Utica. Al Cabo Hermoso añaden Mastia de Tarteso, más allá de cuyos lugares prohíben a los romanos coger botín y fundar ciudades. El pacto es como sigue: 'Que haya amistad entre los romanos y los aliados de los romanos por una parte y el pueblo de los cartagineses, el de los tirios, el de Utica y sus aliados por la otra, bajo las siguientes condiciones: que los romanos no recojan botín más allá del Cabo Hermoso, ni de Mastia de Tarteso, que no comercien en tales regiones ni funden ciudades. Si los cartagineses conquistan en el Lacio una ciudad no sometida a los romanos, que se reserven la riqueza y los hombres, pero que entreguen la ciudad. Si los cartagineses apresan a ciudadanos cuya ciudad haya firmado un tratado de paz con Roma, pero que no sea súbdita romana, que los prisioneros no sean llevados a puertos romanos; pero si uno desembarca y un romano le da la mano, sea puesto en libertad. Que los romanos se comporten igualmente. Si un romano recoge agua o provisiones de un país dominado por los cartagineses, que este aprovisionamiento no sirva para perjudicar a nadie de aquellos que están en paz y amistad con los cartagineses. Y que lo mismo haga el cartaginés. Pero en caso contrario, que no haya venganza privada: si alguien se comporta así que sea un crimen de derecho común. Que ningún romano comercie, ni funde ciudad alguna, ni tan siquiera fondee en Africa o en Cerdeña, a no ser para recoger provisiones o reparar una nave. Si un temporal le lleva hasta allí, que se marche al cabo de cinco días. En la parte de Sicilia sometida a la autoridad cartaginesa y en Cartago, un romano puede hacer y vender todo lo que es lícito a un ciudadano cartaginés. Y que los cartagineses hagan lo mismo en Roma".

En este pacto los cartagineses aumentan sus exigencias con respecto a Africa y Cerdeña, y prohíben a los romanos todo acceso a esos territorios. Y por el contrario en cuanto a Sicilia, aclaran que se trata de la parte que les está sometida.” (III, 24; TRAD. M. Balasch Recort)

Cartago en Iberia.
En otro contexto, la conocida noticia de Trogo Pompeyo transmitida por el epitomista Justino (44, 5) sugiere la existencia de un territorio de Gadir que pasaría a manos de los cartagineses tras la ayuda de éstos contra un ataque de la población autóctona vecina :

“En efecto, como los gaditanos, procedentes de Tiro, de donde deriva también el origen de los cartagineses, por una orden dada en el sueño hubiesen trasladado a Hispania el culto de Hércules, y allí hubiesen fundado una ciudad, al envidiar los pueblos vecinos de Hispania el crecimiento de la nueva ciudad y provocar por eso a los gaditanos con la guerra, los cartagineses enviaron ayuda a sus parientes. Entonces con una expedición afortunada no solo vengaron a los gaditanos de la injusticia sino que añadieron la mayor parte de la provincia a su gobierno”.

Por lo que respecta a la Qarthadast ibérica fundada por Asdrúbal c. 228 a. C. junto al Cabo de Palos he aquí la descripción de Polibio:

“El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrubal, quien aspiraba a un poder monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuación el de Altes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior de la región, los suministros necesarios...” Polibio, X, 10, 6.


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