La tradición oriental, de gran antigüedad, de la arquitectura fenicia en Occidente se revela tanto en las técnicas constructivas como en los modelos domésticos y en la llamada arquitectura de prestigio, asi como en la funeraria.
La arquitectura doméstica.
Las casas fenicias, al igual que posteriormente las púnicas, presentan estructuras abiertas, de planta cuadrangular, a veces alargada y con una dispersión regular de cada una de las estancias que se abren al interior, conectadas entre sí por espacios centrales bien delimitados. En las casas de mayor tamaño este espacio conector llegará a ser un patio a cielo abierto desde el que partirá también, cuando sea necesario, una escalera para subir a la terraza –pues siempre constarán de cubiertas planas– o a un piso superior. El módulo más frecuente lo conforma la casa de tres piezas accesibles por su lado largo, o flanqueadas en su lado corto por una cámara transversal. En ocasiones la planta inferior estuvo ocupada por el almacén –o por un pequeño establo–, mientras que el segundo cuerpo se usó como vivienda. El carácter complejo y la monumentalidad de alguno de estos espacios explica que se hayan interpretado con frecuencia como almacenes o, incluso, como edificios de carácter público. Un ejemplo al respecto sería el llamado “edificio C” de Toscanos en Málaga.
Aunque varían en su tamaño desde las más pequeñas, como las del "barrio fenicio" de Doña Blanca, hasta las mucho mayores de Toscanos, Morro de Mezquitilla, Chorreras, o Santa Olaia, todas comparten unos mismo sistemas constructivos y, en muchos casos, una concepción de la vivienda que la hace girar en torno a un patio interior al que se abren las restantes estancias, aunque en ocasiones este es inexistente en las viviendas más pequeñas. El techo, sostenido por vigas de madera, es siempre de cubierta plana, según una vieja tradición oriental, y las azoteas y tejados son utilizados, con fines tanto con fines de trabajo como de solaz y descanso. La planta de las casas era cuadrangular, así como la de las habitaciones interiores, y las paredes, de adobe, se levantaban sobre zócalos de piedra que hacían las veces de cimientos. Dentro de las muchas variantes, la más utilizada consiste en un doble paramento de bloques de tamaño medio/grande, con un relleno interior de piedras medianas colocadas longitudinalmente y trabadas con tierra. Los suelos, los más frecuentes de tierra batida, se revestían, de una capa de arcilla rojiza. Las paredes de la vivienda se enfoscaban con una capa de arcilla y luego se procedía a su enlucido. La cal solía utilizarse en el exterior, a veces con una decoración de color amarillo o rojo, y en ocasiones también se empleaba una capa de arcilla más fina de color blanco-amarillento.
Sa Caleta
El poblado fenicio de Sa Caleta (Ibiza) supone un ejemplo de urbanismo que contrasta con la panificación del habitat que se observa en sitios como Toscanos o Morro de Mezquitilla. Está enclavado en una pequeña península llana conocida como sa Mola de sa Caleta, entre la playa de es Codolar y el puig des Jondal, en el municipio de Sant Josep de sa Talaia, al sur de la isla. Estuvo habitado durante cuarenta o cincuenta años y llegó a tener una población de alrededor de trescientas personas. Su trazado urbanístico ocupaba unas cuatro hectáreas, y se componía de gran número de unidades arquitectónicas que vistas en conjunto conformaban una trama. Sorprende, sin embargo, por su urbanística improvisada y arcaizante con un sistema basado en la yuxtaposición de estancias sin ningún genero de orden en cuanto a la orientación con respecto a sí mismas y a los puntos cardinales, separadas entre sí por espacios, en ocasiones exiguos, comprendidos entre las distintas construcciones, dando lugar a estrechas calles de orientación variada y pequeñas plazas de plan irregular y superficies variables. Un ejemplo de esta diversidad es el llamado 'barrio sur'. Lo forman un total de ocho construcciones de distintos tamaños y formas: de una, de dos, y de tres estancias, yuxtapuestas o alineadas a lo largo. Hay alguna especialmente grande, de siete habitaciones repartidas en una planta casi rectangular.
El complejo arquitectónico de Abul.
Abul, un asentamiento empórico de mediados del siglo VII a. C. está situado en la margen derecha del paleoestuario del Sado, entre Setubal y Alcacer do Sal, y dominaba completamente su antigua desembocadura. Las excavaciones arqueológicas han revelado, junto a los restos de dos casas fenicias separadas por una calle, un complejo arquitectónico con claros paralelos en Oriente. Un edificio cerrado de planta cuadrangular, protegido con un muro construido con dos paramentos de grandes bloques que delimita una superficie cuadrada de 22 m de lado, con un pequeño edículo o altar en el centro del patio en torno al que se disponen las estancias. Además de los vestigios de una actividad productiva con agricultura, cría de ganado, pesca y marisqueo y de cierta artesanía textil y metalúrgica que aseguraban la autonomía a los colonos, el comercio debió de ser su ocupación principal, tal y como muestran, además de las estructuras consideradas como almacenes, las numerosas cerámicas de importación halladas en el lugar.
Murallas y fortificaciones.
El asentamiento fenicio de Castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María (Cádiz), situado a los pies de la pequeña Sierra de San Cristobal y de unas 6 Ha de extensión, se fortificó desde mediados del siglo VIII a. C. con un elaborado sistema defensivo que constaba de una recia muralla reforzada con bastiones circulares, construida sobre un zócalo de mampostería sobre el que se levantó el paramento hecho con piedras irregulares trabadas con arcilla, que conserva más de tres metros de anchura. Sobre esta muralla, con alzados conservados de hasta 4, 80 m, se construyó otra más moderna, aunque ambos trazados no coinciden en su totalidad. Delante de la muralla se ha localizado un foso arcaico de sección triangular excavado en la roca de tres a cuatro metros de profundidad y con una anchura que en ocasiones sobrepasa los diez metros. En la zona sureste se ha conservado también un tramo de la fortificación arcaica construida a base de muros paralelos y transversales, dando lugar al típico sistema oriental de la muralla de casernas.
En Tavira, en la margen derecha del río Gilao (Portugal), se han documentado igualmente las dos fases de construcción de una muralla fenicia arcaica con muros que se yuxtaponen y datan de la segunda mitad/finales del siglo VIII a. C. En su primer momento constructivo esta muralla tenía cerca de cuatro metros de anchura, mientras que en su segunda fase oscila entre los 3,5 y 5, 5 metros de espesor y adopta la técnica de casernas, construida con piedra calcárea someramente desbastada. Su cara exterior se reviste de un paramento de piedra que se organiza en una línea inclinada siguiendo un ángulo de 70-80º. Tampoco se trata de una obra defensiva menor como podría ser el foso que en un principio protegía el asentamiento de Toscanos.
Otra muralla, aunque de fecha más tardía, nos encontramos en La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante), donde dada la reutilización de diversos materiales, como restos de molduras arquitectónicas formando gola y casi una decena de estelas-betilo en la muralla que comienza a construirse hacia el 630 a. C. se advierte claramente la premura de los trabajos y la existencia de una amenaza inminente. Cabe la posibilidad de la existencia en algún otro punto de una muralla más antigua, cuyo perímetro no coincide con el más reciente, en el que se puede contemplar un cuerpo central de 4,5 a 5 m. de ancho con paramentos verticales construidos con piedras de diverso tamaño. Ese cuerpo central está ceñido, en los puntos mejor conservados por dos cuerpos en talud de una anchura en torno a 1 m. en su base, lo que conferiría a ésta una anchura total cercana a los 7 metros.
Al igual que en Doña Blanca y en el Cabezo del Estaño, el flanco exterior de la fortaleza presentaba a 4 m. de distancia un impedimento complementario contra posibles asaltos: un foso de sección triangular de 2,5 m. de ancho. Es seguro incluso, a juzgar por los restos observados en algunos puntos, la existencia de un glacis de barro entre el forro en talud externo y el borde del foso, lo que impedía aún más el acceso y el minado de las murallas, a la vez que protegía de las fuertes lluvias la estructura defensiva. En cualquier caso la reutilización de materiales antiguos en la construcción de esta muralla, algunos de ellos procedentes sin ninguna duda de algún recinto sacro, sugiere un trabajo realizado con prisas, lo que explicaría que su base, en la que se clausura un floreciente taller metalúrgico, no fuera la suficientemente compacta y firme por lo que se emplearon tirantes de amortiguación, y una situación de alarma ante una amenaza considerable, pues hizo falta reforzarla con un foso y un terraplén.
En torno al 600 a. C. o un poco después en el asentamiento fenicio de Toscanos, que ya contaba con un foso de sección triangular que ofrecía una protección mínima, se construye una muralla que recorre la cima del Alarcón, impidiendo el paso tanto desde el río Vélez como por la hondonada situada encima del yacimiento, lo que tal vez esté sugiriendo una amenaza concreta, procedente bien del río o del otro lado del puerto de Zafarraya.
En Cartagena se ha excavado parte del sistema pùnico de fortificación de la ciudad en época bárcida. Se trata de una muralla de casernas, con una separación de casi 6 metros entre los dos lienzos que están orientados en dirección norte-sur. El primero, que constituye la cara externa conserva una longitud de 15 metros, mientras que el segundo tiene una longitud de 30 metros. En ambos casos el tipo de obra empleado en la construcción responde al gran aparejo cuadrangular, opus quadratum, realizado con bloques de arenisca de dimensiones comprendidas entre 130-120 cm de largo por 60 cm de anchura, conservando en algunos puntos del lienzo exterior hasta cinco hiladas de bloques con una altura de casi 3,20 metros. El espacio comprendido entre los dos lienzos se encuentra dividido por una serie de muros perpendiculares, levantados con un aparejo mixto de bloques y piedras, en una serie de estancias de planta cuadrada, algunas de las cuales se comunican entre sí o bien tienen acceso por distintos puntos desde la cara posterior de la muralla.
Otra muralla de casamatas, o al menos un sector de ella, de época púnica se ha localizado en Carteia (San Roque, Cádiz), con una puerta de acceso a la ciudad con sillares almohadillados labrados en piedra arenisca que se levanta junto una fortificación anterior. Esta constituye parte del lienzo de una muralla, de tres metros de espesor medio, y está construida con fuerte mampostería de piedra trabada con arcilla rojiza, formando dos paramentos con emplecton, en el que las piedras de fachada, a menudo de buen tamaño y tendente a cierta regularidad, adoptan forma de cuña para trabar bien con la masa de relleno, compuesta de tierra y piedras menudas. A fines del siglo III a. C. la muralla se remodeló documentándose una potente estructura constructiva que es parte de una muralla de casamatas, de la que el sector mejor conocido corresponde a una de las puertas, con acceso en forma de un largo y amplio paso, de muros convergentes hacia el interior. Esta nueva construcción se apoya en la muralla anterior, en su trazado, con la incorporación directa del lienzo principal de la antigua muralla a la nueva estructura, ampliada ahora y reforzada con casamatas, que ampliaban tanto la envergadura como la funcionalidad del conjunto de la fortificación.
Templos y santuarios.
Muy recientemente se ha establecido una clara correlación entre casas similares de tradición cananeo/fenicia en Oriente y las actividades de explotación económica de los recursos agrícolas de su entorno: la denominada "Canaanite/Phoenician Courtyard House", una casa grande con muchas habitaciones, algunas destinadas al almacenamiento, dispuestas en torno a un patio central descubierto y que suele constar de una planta superior. Una vivienda propia de la zona meridional de la costa Levantina y que será reemplazada allí por el más pequeño tipo de casa conocido como "Four-Room House" durante el final del Hierro IIA.
El segundo tipo de casa que podemos observar es aquel dispuesto “en enfilada”. La característica principal de estas viviendas, que explicaría su disposición alargada, es que el espacio conector no está en el centro sino que se encuentra desplazado a un lateral y, por ello, para dar acceso a un mayor número de estancias, tiene una planta alargada, en forma de pasillo o de servidumbre de paso. Por lo general, las casas en enfilada se apoyan en las murallas, de manera que sus muros perimetrales funcionaron como contrafuertes y riostras de sujeción. Cuando se construyeron dentro de manzanas corridas, al estar apoyadas entre sí, adquirieron una mayor solidez. Ya hemos comentado que en muchas de estas manzanas los muros perimetrales se realizan en aparejo de pilares u opus africanum para evitar el “efecto dominó” en caso de episodios sís-micos o destrucciones causadas por otros factores. Un aspecto que cabe subrayar es que las casas en enfilada nunca conformaron una manzana por sí mismas, al contrario de lo que hemos visto en las casas con patio central. Esta cuestión ya subraya el peril socioeconómico de los propietarios, tanto desde el punto de vista más material y práctico, como desde el simbólico.
Finalmente, otros modelos residenciales orientales aparecieron también asociados a las fortificaciones de las ciudades, como la llamada “four rooms house” típica del área sirio- palestina. A veces denominada “casamata”, la “casa de cuatro habitaciones” y sus subtipos mantuvo una evolución diferente, desde su origen hacia el siglo XII a.C., al de otras estructuras domésticas orientales. La sucesión de estructuras residenciales de este tipo adosadas entre sí, compartiendo muros maestros con establos y talleres en las plantas bajas, llegó a generar, en algunos casos, auténticos cinturones defensivos. La “four rooms house”, según recientes estudios, comienza a aparecer en los siglos XII-XI a.C. en Oriente y alcanza su máximo desarrollo en el s. X. Su desarrollo en los siglos IX-VIII a.C. en el Mediterráneo central y occidental demuestra que era un patrón habitual y característico de una disposición planificada, desarrollada y claramente funcional en espacios de carácter colonial que precisaban, además de suelo para vivir, de capacidad para almacenar mercancías y protegerlas.
Aunque varían en su tamaño desde las más pequeñas, como las del "barrio fenicio" de Doña Blanca, hasta las mucho mayores de Toscanos, Morro de Mezquitilla, Chorreras, o Santa Olaia, todas comparten unos mismo sistemas constructivos y, en muchos casos, una concepción de la vivienda que la hace girar en torno a un patio interior al que se abren las restantes estancias, aunque en ocasiones este es inexistente en las viviendas más pequeñas. El techo, sostenido por vigas de madera, es siempre de cubierta plana, según una vieja tradición oriental, y las azoteas y tejados son utilizados, con fines tanto con fines de trabajo como de solaz y descanso. La planta de las casas era cuadrangular, así como la de las habitaciones interiores, y las paredes, de adobe, se levantaban sobre zócalos de piedra que hacían las veces de cimientos. Dentro de las muchas variantes, la más utilizada consiste en un doble paramento de bloques de tamaño medio/grande, con un relleno interior de piedras medianas colocadas longitudinalmente y trabadas con tierra. Los suelos, los más frecuentes de tierra batida, se revestían, de una capa de arcilla rojiza. Las paredes de la vivienda se enfoscaban con una capa de arcilla y luego se procedía a su enlucido. La cal solía utilizarse en el exterior, a veces con una decoración de color amarillo o rojo, y en ocasiones también se empleaba una capa de arcilla más fina de color blanco-amarillento.
El poblado fenicio de Sa Caleta (Ibiza) supone un ejemplo de urbanismo que contrasta con la panificación del habitat que se observa en sitios como Toscanos o Morro de Mezquitilla. Está enclavado en una pequeña península llana conocida como sa Mola de sa Caleta, entre la playa de es Codolar y el puig des Jondal, en el municipio de Sant Josep de sa Talaia, al sur de la isla. Estuvo habitado durante cuarenta o cincuenta años y llegó a tener una población de alrededor de trescientas personas. Su trazado urbanístico ocupaba unas cuatro hectáreas, y se componía de gran número de unidades arquitectónicas que vistas en conjunto conformaban una trama. Sorprende, sin embargo, por su urbanística improvisada y arcaizante con un sistema basado en la yuxtaposición de estancias sin ningún genero de orden en cuanto a la orientación con respecto a sí mismas y a los puntos cardinales, separadas entre sí por espacios, en ocasiones exiguos, comprendidos entre las distintas construcciones, dando lugar a estrechas calles de orientación variada y pequeñas plazas de plan irregular y superficies variables. Un ejemplo de esta diversidad es el llamado 'barrio sur'. Lo forman un total de ocho construcciones de distintos tamaños y formas: de una, de dos, y de tres estancias, yuxtapuestas o alineadas a lo largo. Hay alguna especialmente grande, de siete habitaciones repartidas en una planta casi rectangular.
El complejo arquitectónico de Abul.
Abul, un asentamiento empórico de mediados del siglo VII a. C. está situado en la margen derecha del paleoestuario del Sado, entre Setubal y Alcacer do Sal, y dominaba completamente su antigua desembocadura. Las excavaciones arqueológicas han revelado, junto a los restos de dos casas fenicias separadas por una calle, un complejo arquitectónico con claros paralelos en Oriente. Un edificio cerrado de planta cuadrangular, protegido con un muro construido con dos paramentos de grandes bloques que delimita una superficie cuadrada de 22 m de lado, con un pequeño edículo o altar en el centro del patio en torno al que se disponen las estancias. Además de los vestigios de una actividad productiva con agricultura, cría de ganado, pesca y marisqueo y de cierta artesanía textil y metalúrgica que aseguraban la autonomía a los colonos, el comercio debió de ser su ocupación principal, tal y como muestran, además de las estructuras consideradas como almacenes, las numerosas cerámicas de importación halladas en el lugar.
Murallas y fortificaciones.
El asentamiento fenicio de Castillo de Doña Blanca (El Puerto de Santa María (Cádiz), situado a los pies de la pequeña Sierra de San Cristobal y de unas 6 Ha de extensión, se fortificó desde mediados del siglo VIII a. C. con un elaborado sistema defensivo que constaba de una recia muralla reforzada con bastiones circulares, construida sobre un zócalo de mampostería sobre el que se levantó el paramento hecho con piedras irregulares trabadas con arcilla, que conserva más de tres metros de anchura. Sobre esta muralla, con alzados conservados de hasta 4, 80 m, se construyó otra más moderna, aunque ambos trazados no coinciden en su totalidad. Delante de la muralla se ha localizado un foso arcaico de sección triangular excavado en la roca de tres a cuatro metros de profundidad y con una anchura que en ocasiones sobrepasa los diez metros. En la zona sureste se ha conservado también un tramo de la fortificación arcaica construida a base de muros paralelos y transversales, dando lugar al típico sistema oriental de la muralla de casernas.
En Tavira, en la margen derecha del río Gilao (Portugal), se han documentado igualmente las dos fases de construcción de una muralla fenicia arcaica con muros que se yuxtaponen y datan de la segunda mitad/finales del siglo VIII a. C. En su primer momento constructivo esta muralla tenía cerca de cuatro metros de anchura, mientras que en su segunda fase oscila entre los 3,5 y 5, 5 metros de espesor y adopta la técnica de casernas, construida con piedra calcárea someramente desbastada. Su cara exterior se reviste de un paramento de piedra que se organiza en una línea inclinada siguiendo un ángulo de 70-80º. Tampoco se trata de una obra defensiva menor como podría ser el foso que en un principio protegía el asentamiento de Toscanos.
Otra muralla, aunque de fecha más tardía, nos encontramos en La Fonteta (Guardamar del Segura, Alicante), donde dada la reutilización de diversos materiales, como restos de molduras arquitectónicas formando gola y casi una decena de estelas-betilo en la muralla que comienza a construirse hacia el 630 a. C. se advierte claramente la premura de los trabajos y la existencia de una amenaza inminente. Cabe la posibilidad de la existencia en algún otro punto de una muralla más antigua, cuyo perímetro no coincide con el más reciente, en el que se puede contemplar un cuerpo central de 4,5 a 5 m. de ancho con paramentos verticales construidos con piedras de diverso tamaño. Ese cuerpo central está ceñido, en los puntos mejor conservados por dos cuerpos en talud de una anchura en torno a 1 m. en su base, lo que conferiría a ésta una anchura total cercana a los 7 metros.
Al igual que en Doña Blanca y en el Cabezo del Estaño, el flanco exterior de la fortaleza presentaba a 4 m. de distancia un impedimento complementario contra posibles asaltos: un foso de sección triangular de 2,5 m. de ancho. Es seguro incluso, a juzgar por los restos observados en algunos puntos, la existencia de un glacis de barro entre el forro en talud externo y el borde del foso, lo que impedía aún más el acceso y el minado de las murallas, a la vez que protegía de las fuertes lluvias la estructura defensiva. En cualquier caso la reutilización de materiales antiguos en la construcción de esta muralla, algunos de ellos procedentes sin ninguna duda de algún recinto sacro, sugiere un trabajo realizado con prisas, lo que explicaría que su base, en la que se clausura un floreciente taller metalúrgico, no fuera la suficientemente compacta y firme por lo que se emplearon tirantes de amortiguación, y una situación de alarma ante una amenaza considerable, pues hizo falta reforzarla con un foso y un terraplén.
En Cartagena se ha excavado parte del sistema pùnico de fortificación de la ciudad en época bárcida. Se trata de una muralla de casernas, con una separación de casi 6 metros entre los dos lienzos que están orientados en dirección norte-sur. El primero, que constituye la cara externa conserva una longitud de 15 metros, mientras que el segundo tiene una longitud de 30 metros. En ambos casos el tipo de obra empleado en la construcción responde al gran aparejo cuadrangular, opus quadratum, realizado con bloques de arenisca de dimensiones comprendidas entre 130-120 cm de largo por 60 cm de anchura, conservando en algunos puntos del lienzo exterior hasta cinco hiladas de bloques con una altura de casi 3,20 metros. El espacio comprendido entre los dos lienzos se encuentra dividido por una serie de muros perpendiculares, levantados con un aparejo mixto de bloques y piedras, en una serie de estancias de planta cuadrada, algunas de las cuales se comunican entre sí o bien tienen acceso por distintos puntos desde la cara posterior de la muralla.
Otra muralla de casamatas, o al menos un sector de ella, de época púnica se ha localizado en Carteia (San Roque, Cádiz), con una puerta de acceso a la ciudad con sillares almohadillados labrados en piedra arenisca que se levanta junto una fortificación anterior. Esta constituye parte del lienzo de una muralla, de tres metros de espesor medio, y está construida con fuerte mampostería de piedra trabada con arcilla rojiza, formando dos paramentos con emplecton, en el que las piedras de fachada, a menudo de buen tamaño y tendente a cierta regularidad, adoptan forma de cuña para trabar bien con la masa de relleno, compuesta de tierra y piedras menudas. A fines del siglo III a. C. la muralla se remodeló documentándose una potente estructura constructiva que es parte de una muralla de casamatas, de la que el sector mejor conocido corresponde a una de las puertas, con acceso en forma de un largo y amplio paso, de muros convergentes hacia el interior. Esta nueva construcción se apoya en la muralla anterior, en su trazado, con la incorporación directa del lienzo principal de la antigua muralla a la nueva estructura, ampliada ahora y reforzada con casamatas, que ampliaban tanto la envergadura como la funcionalidad del conjunto de la fortificación.
La presencia de algunos elementos arqueológicos, como figurillas y pebeteros, sugiere la posibilidad de existencia de un culto a Tanit, sincretizada con Demeter o alguna otra divinidad agrícola entre algunas poblaciones de la Península Ibérica, pero no hay restos de templos ni santuarios en los enclaves fenicios. Muchos de estos vestigios no son anteriores al siglo IV a. C. y parecen señalar la existencia de un sincretismo con alguna divinidad femenina propia, inducido, no tanto desde Cartago, como desde la más próxima Ibiza, como sugiere la posterior difusión de las monedas ebusitanas que se corresponde con bastante exactitud a los lugares donde han aparecido tales vestigios de un posible culto a Tanit. No faltan los partidarios, como J. M. Blázquez, y detractores, como E. Lipinski, de ver en los bronces votivos ibéricos de los siglo V y IV a. C. que representan figuras femeninas ricamente adornadas, tocadas con una gran tiara y los brazos extendidos hacia delante en el gesto habitual de la sacerdotisa, y en las "damas" ibéricas de Baza o de Elche representaciones de la diosa cartaginesa. Por otra parte, los smitting gods, bien estudiados por A. Mª Bisi, que están ausentes del territorio de Cartago y el N. de Africa, están en cambio bien representados en estos territorios peninsulares supuestamente sometidos a la dominación cartaginesa, pero tampoco parece posible vincularlos a ningún santuario.
Por las fuentes literarias sabemos de la existencia de templos fenicios y cartagineses, como el célebre Herakleión gaditano (el templo de Melkart en Gadir) o el de Eshmún en Cartago Nova. Precisamente las recientes excavaciones en Cartagena han proporcionando interesantes hallazgos además de un tramo de la muralla púnica. En el llamado Cerro del Molinete, una de las cinco colinas que rodeaban la ciudad, se han encontrado restos arquitectónicos de un posible santuario cartaginés. Del Herakleion gaditano sabemos por las fuentes literarias y las representaciones iconográficas, sobre todo en algunas monedas, que aún en época imperial romana el culto había seguido preservando rasgos muy arcaicos propios de su lejano pasado fenicio. No había imágenes ni ninguna representación antropomorfa del dios. En cambio, se alzaban en su recinto tres altares, dos de bronce sin ningún adorno y uno de piedra que llevaba grabadas escenas de los distintos episodios protagonizados por el dios, en los que, como en la metrópoli, ardía un fuego perpetuo y donde los sacerdotes, con la cabeza rapada, vestidos con túnicas blancas de lino y descalzos, según la vieja costumbre fenicia, realizaban los sacrificios diarios. De acuerdo con la tradición se guardaban en él las reliquias del dios que habían sido trasladadas desde la propia Tiro.
Diversos vestigios arqueológicos sugieren la existencia de un santuario de Astarté en Baria (Villaricos). Asimismo algunos elementos de piedra encontrados formando parte de la muralla de La Fonteta hacen presumir la existencia de algún santuario cercano. Con todo, es en el Carambolo (Camas, Sevilla) donde se ha descubierto el mayor santuario fenicio conocido hasta ahora en Occidente. En su momento de máximo esplendor, fue un gran complejo ceremonial al que se accedía desde el Este por un patio empedrado. Al fondo tiene habitaciones y salas de culto así como áreas de servicios: cocinas, lugares donde se preparaban las víctimas y las ofrendas, hornos de pan. Entre el patio y las capillas discurría un nártex pavimentado con conchas marinas, tras el cual hay dos grandes capillas rectangulares. La capilla Norte se dedicó a Astarté, y la Sur a Baal. La capilla de Astarté estaba más destruida y no ha conservado el altar que debió tener en el centro, mientras que la de Baal sigue conservando el altar con forma de piel extendida de un toro. Su eje longitudinal está orientado de forma, que hacia el Este, apunta justo a la salida del Sol en el solsticio de verano, mientras que hacia el Oeste mira al ocaso del Sol en el solsticio de invierno. A su alrededor se disponen bancos de barro enlucidos y pintados.
En el Cerro de San Juan de Coria del Río se ha documentado un santuario posiblemente dedicado a Baal Safón, con varias fases constructivas entre los siglos VIII y VI a.C. El primero se orientó al sol naciente en el solsticio de verano, aunque no así los posteriores. Aunque se desconoce aún la planta completa de dicho santuario, puede proponerse como hipótesis preliminar que ésta pudo tener forma rectangular o cuadrada y un pórtico en el sector de la entrada. Desde el exterior se ingresaba así a un gran recinto no cubierto por completo. De hecho, en su interior se han localizado zonas empedradas que deben corresponder a patios o áreas a cielo abierto, pero también estancias pavimentadas con suelos rojos muy delicados que no habrían resistido los efectos de la intemperie de no estar bajo techo. Estos espacios más preservados se pavimentaron con capas de tierra roja que se pintaban una y otra vez. A modo de "capillas" o "tabernáculos", constituían espacios en los que se colocaron altares y otras plataformas levantados con barro o adobes, a veces asistidos por bancos y vasares. La capilla mejor conocida corresponde al Santuario III y en su interior se econtró un altar en forma de piel de toro que junto con el banco de barro que limitaba el tabernáculo por su flanco norte están orientados a la salida del Sol en el solsticio de verano.
En Ibiza, además de la gruta de Es Cuiram, destaca el santuario de Illa Plana, de finales del siglo VI o comienzos del V a. C., que algunos autores han puesto en relación con el culto a Tanit, y cuyos ex voto, presentan claros paralelos con Motia, Tharros, Nora, Sulcis, Monte Sirai y, sobre todo, con Cartago, sobre un islote sagrado en la bahía de Ibiza que habría sido previamente frecuentado por los fenicios.
Necrópolis y arquitectura funeraria.
Las tumbas y sus ajuares nos hablan de la creencia de que los difuntos debían ser instalados con confort y protección, que se ofrecía por medio de amuletos y figurillas apotropaicas de terracota así como por medio de los rasuradores, que estaban decorados con temas esencialmente religiosos, que serían talismanes asociados a los actos de piedad que en vida realizó el difunto. los huevos de avestruz pintados eran un símbolo de vida y regeneración. La tumba se concebía como la morada eterna del difunto El ajuar funerario estaba compuesto de cerámicas, joyas y ornamentos diversos a los que probablemente se atribuía un significado simbólico y protector que a veces se nos escapa.
En algunas tumbas púnicas norteafricanas los arqueólogos han encontrado una serie de pinturas que decoraban la cámara funeraria, que se han interpretado como la prueba de unas creencias muy elaboradas en la vida del más allá e incluso en una espiritualización de la misma. En una el alma del difunto aparece representada como un gallo, símbolo apotropaico muy potente, frecuentemente asociado a los mausoleos funerarios en el N. de Africa. En otra, una nave de guerra ocupada por ocho personajes, ¿tal vez los ocho dioses fenicios de la navegación?, es precedida por un personaje que flota en el aire, y que se ha interpretado como el alma del difunto o un genio malefico que trata de oponerse al avance de la nave fúnebre. De ser ciertas tales interpretaciones, también los cartagineses, como muchos otros pueblos, habrían concebido la existencia de una masa acuática como separación entre este mundo y el otro.
En Ibiza, el sector arcaico de la necrópolis de Puig des Molins plantea algunas cuestiones de gran significación. Se trata de una necrópolis de incineración que presenta las siguientes variantes:
a) Los huesos se depositan directamente sobre la roca.
b) Los huesos se colocan en un agujero de la roca, que puede ser natural, haber sido parcialmente retocado o tratarse de una cavidad totalmente artificial.
c) Los huesos son introducidos previamente en una urna que a su vez es depositada en algún de los tipos de cavidades mencionadas.
d) Los restos incinerados son colocados en fosas, de las que se pueden distinguir, las simples, aquellas que tienen resaltes laterales y las que presentan un canalillo central (Gómez Bellard, ea: 1990, 156 ss).
El tipo de sepulturas, un pequeño hoyo excavado en el suelo o una oquedad natural de éste, el rito de cremación y la propia tipología de las urnas cinerarias, del tipo “Cruz del Negro”, se documentan todos ellos en otros lugares fenicios del Mediterráneo, como Motia en Sicilia, Rachgoun en Argelia o la misma Cartago. También aparecen, como acabamos de ver, fosas de cremación simples, así como escalonadas o con canalillo central, estructuras funerarias que también se encuentran en Cartago, Cerdeña y en la Península Ibérica, en Jardín, Villaricos y la propia Cádiz. De todas ellas destacan las cremaciones sin urna depositadas en fosas en Cádiz y Villaricos. No faltan los encanchados tumulares utilizados para sellar alguna sepultura, un tipo de estructuras que se conocen bien en las necrópolis “orientalizantes” de la Península., por lo que el análisis del comportamiento funerario en los enclaves fenicios debe completarse con los nuevos datos que apuntan a una mayor complejidad en los sistemas de enterramiento que ya no pueden reducirse a los modelos de Laurita (tumbas de pozo)-Trayamar (hipogeos o cámaras funerarias), Jardín-Puente Noy”.
En Málaga, la necrópolis de Jardín también destaca por la variedad de sus estructuras y de los rituales funerarios. Esta variedad comprende fosas simples excavadas en la roca, fosas compuestas con resaltes y bancales laterales y una pequeña fosa excavada a mayor profundidad, cistas de sillares, grandes y profundas fosas que contienen cistas de sillares cuidadosamente trabajados que sostuvieron una cubierta de madera y adobe, y que se hallan precedidas, al menos en un caso, de un dromos horizontal, que recuerdan algunas de las tumbas de cámara de Trayamar. Tanto la incineración como la inhumación están presentes y son muy característicos los pequeños sarcófagos de piedra.
El impacto de la arquitectura fenicia en el ámbito autóctono.
La primera distinción pertinente establece una diferencia neta entre la adopción de las técnicas constructivas y la adopción de la mentalidad y usos que subyacen tras una determinada concepción del espacio doméstico y la organización del habitat. En líneas generales se puede afirmar que las sociedades autóctonas adoptaron algunos elementos y soluciones constructivas propias del urbanismo fenicio, como la planta cuadrangular de las viviendas y el empleo de revestimientos elaborados recubriendo la superficie de las estructuras, pero no la concepción ni distribución de la casa fenicia de varias estancias, cerrada al exterior y abierta a un patio interior.
Aún así, en algunos lugares, como San Bartolomé de Almonte (Huelva), El Cerro de la Encina (Monachil, Granada), Galera (Granada) o la Colina de los Quemados (Córdoba) se mantiene el habitat de cabañas. Y en otros, a pesar de la instalación de población fenicia en un sector del asentamiento, como ocurre en la Peña Negra (Crevillente, Alicante), el panorama es el de una falta de homogeneidad que alterna la pervivencia de ténicas -muros de tapial- y estructuras -planta circular, banco corrido- propias de la tradición local con la presencia de innovaciones, sobre todo enlucidos y revestimientos, muros de adobe aunque de forma minoritaria, y plantas en angulo recto que podemos atribuir, almenos en parte, ya que las casas angulares están también presentes entre las viviendas más antiguas, a la influencia fenicia.
Por otra parte, la aceptación de los elementos arquitectónicos y las técnicas constructivas de los fenicios parece haber sido bastante lenta en algunas regiones, como en Los Alcores de Sevilla, la zona costera al este del Estrecho, pese a la temprana y abundante presencia de asentamientos fenicios, o el área del SE peninsular, y sólo cristalizan a fines del siglo VII e inicios del VI, en contraste con lo que se observa en el zona de Huelva o en Cástulo, por lo que podemos hablar de un impacto muy desigual en el tiempo y el espacio. Por otra parte, se trata de un urbanismo que imita más el aspecto que el contenido o la funcionalidad de las viviendas fenicias.
En lo que a la arquitectura pública o “monumental” concierne, los datos disponibles sugieren una temprana presencia fenicia en los sitios en que se constata. Así, en Tejada la Vieja (Huelva) la aparición de construcciones con zócalo de piedra y planta rectangular, un urbanismo planificado en torno a calles de trazado rectilíneo y una muralla construida con técnica fenicia parecen responder al asentamiento de población fenicia a finales del siglo VII a. C., mientras que la presencia en Quinta de Almaraz (Almada, Portugal) de un foso similar al de Castillo de Doña Blanca, de un vaso de alabastro y pesos cúbicos de plomo muy parecidos a los encontrados en el Cerro del Villar ha sido interpretada, al menos a nivel de hipótesis, en el mismo sentido.
Por las fuentes literarias sabemos de la existencia de templos fenicios y cartagineses, como el célebre Herakleión gaditano (el templo de Melkart en Gadir) o el de Eshmún en Cartago Nova. Precisamente las recientes excavaciones en Cartagena han proporcionando interesantes hallazgos además de un tramo de la muralla púnica. En el llamado Cerro del Molinete, una de las cinco colinas que rodeaban la ciudad, se han encontrado restos arquitectónicos de un posible santuario cartaginés. Del Herakleion gaditano sabemos por las fuentes literarias y las representaciones iconográficas, sobre todo en algunas monedas, que aún en época imperial romana el culto había seguido preservando rasgos muy arcaicos propios de su lejano pasado fenicio. No había imágenes ni ninguna representación antropomorfa del dios. En cambio, se alzaban en su recinto tres altares, dos de bronce sin ningún adorno y uno de piedra que llevaba grabadas escenas de los distintos episodios protagonizados por el dios, en los que, como en la metrópoli, ardía un fuego perpetuo y donde los sacerdotes, con la cabeza rapada, vestidos con túnicas blancas de lino y descalzos, según la vieja costumbre fenicia, realizaban los sacrificios diarios. De acuerdo con la tradición se guardaban en él las reliquias del dios que habían sido trasladadas desde la propia Tiro.
Diversos vestigios arqueológicos sugieren la existencia de un santuario de Astarté en Baria (Villaricos). Asimismo algunos elementos de piedra encontrados formando parte de la muralla de La Fonteta hacen presumir la existencia de algún santuario cercano. Con todo, es en el Carambolo (Camas, Sevilla) donde se ha descubierto el mayor santuario fenicio conocido hasta ahora en Occidente. En su momento de máximo esplendor, fue un gran complejo ceremonial al que se accedía desde el Este por un patio empedrado. Al fondo tiene habitaciones y salas de culto así como áreas de servicios: cocinas, lugares donde se preparaban las víctimas y las ofrendas, hornos de pan. Entre el patio y las capillas discurría un nártex pavimentado con conchas marinas, tras el cual hay dos grandes capillas rectangulares. La capilla Norte se dedicó a Astarté, y la Sur a Baal. La capilla de Astarté estaba más destruida y no ha conservado el altar que debió tener en el centro, mientras que la de Baal sigue conservando el altar con forma de piel extendida de un toro. Su eje longitudinal está orientado de forma, que hacia el Este, apunta justo a la salida del Sol en el solsticio de verano, mientras que hacia el Oeste mira al ocaso del Sol en el solsticio de invierno. A su alrededor se disponen bancos de barro enlucidos y pintados.
En el Cerro de San Juan de Coria del Río se ha documentado un santuario posiblemente dedicado a Baal Safón, con varias fases constructivas entre los siglos VIII y VI a.C. El primero se orientó al sol naciente en el solsticio de verano, aunque no así los posteriores. Aunque se desconoce aún la planta completa de dicho santuario, puede proponerse como hipótesis preliminar que ésta pudo tener forma rectangular o cuadrada y un pórtico en el sector de la entrada. Desde el exterior se ingresaba así a un gran recinto no cubierto por completo. De hecho, en su interior se han localizado zonas empedradas que deben corresponder a patios o áreas a cielo abierto, pero también estancias pavimentadas con suelos rojos muy delicados que no habrían resistido los efectos de la intemperie de no estar bajo techo. Estos espacios más preservados se pavimentaron con capas de tierra roja que se pintaban una y otra vez. A modo de "capillas" o "tabernáculos", constituían espacios en los que se colocaron altares y otras plataformas levantados con barro o adobes, a veces asistidos por bancos y vasares. La capilla mejor conocida corresponde al Santuario III y en su interior se econtró un altar en forma de piel de toro que junto con el banco de barro que limitaba el tabernáculo por su flanco norte están orientados a la salida del Sol en el solsticio de verano.
En Ibiza, además de la gruta de Es Cuiram, destaca el santuario de Illa Plana, de finales del siglo VI o comienzos del V a. C., que algunos autores han puesto en relación con el culto a Tanit, y cuyos ex voto, presentan claros paralelos con Motia, Tharros, Nora, Sulcis, Monte Sirai y, sobre todo, con Cartago, sobre un islote sagrado en la bahía de Ibiza que habría sido previamente frecuentado por los fenicios.
Necrópolis y arquitectura funeraria.
Las tumbas y sus ajuares nos hablan de la creencia de que los difuntos debían ser instalados con confort y protección, que se ofrecía por medio de amuletos y figurillas apotropaicas de terracota así como por medio de los rasuradores, que estaban decorados con temas esencialmente religiosos, que serían talismanes asociados a los actos de piedad que en vida realizó el difunto. los huevos de avestruz pintados eran un símbolo de vida y regeneración. La tumba se concebía como la morada eterna del difunto El ajuar funerario estaba compuesto de cerámicas, joyas y ornamentos diversos a los que probablemente se atribuía un significado simbólico y protector que a veces se nos escapa.
En algunas tumbas púnicas norteafricanas los arqueólogos han encontrado una serie de pinturas que decoraban la cámara funeraria, que se han interpretado como la prueba de unas creencias muy elaboradas en la vida del más allá e incluso en una espiritualización de la misma. En una el alma del difunto aparece representada como un gallo, símbolo apotropaico muy potente, frecuentemente asociado a los mausoleos funerarios en el N. de Africa. En otra, una nave de guerra ocupada por ocho personajes, ¿tal vez los ocho dioses fenicios de la navegación?, es precedida por un personaje que flota en el aire, y que se ha interpretado como el alma del difunto o un genio malefico que trata de oponerse al avance de la nave fúnebre. De ser ciertas tales interpretaciones, también los cartagineses, como muchos otros pueblos, habrían concebido la existencia de una masa acuática como separación entre este mundo y el otro.
En Ibiza, el sector arcaico de la necrópolis de Puig des Molins plantea algunas cuestiones de gran significación. Se trata de una necrópolis de incineración que presenta las siguientes variantes:
a) Los huesos se depositan directamente sobre la roca.
b) Los huesos se colocan en un agujero de la roca, que puede ser natural, haber sido parcialmente retocado o tratarse de una cavidad totalmente artificial.
c) Los huesos son introducidos previamente en una urna que a su vez es depositada en algún de los tipos de cavidades mencionadas.
d) Los restos incinerados son colocados en fosas, de las que se pueden distinguir, las simples, aquellas que tienen resaltes laterales y las que presentan un canalillo central (Gómez Bellard, ea: 1990, 156 ss).
El tipo de sepulturas, un pequeño hoyo excavado en el suelo o una oquedad natural de éste, el rito de cremación y la propia tipología de las urnas cinerarias, del tipo “Cruz del Negro”, se documentan todos ellos en otros lugares fenicios del Mediterráneo, como Motia en Sicilia, Rachgoun en Argelia o la misma Cartago. También aparecen, como acabamos de ver, fosas de cremación simples, así como escalonadas o con canalillo central, estructuras funerarias que también se encuentran en Cartago, Cerdeña y en la Península Ibérica, en Jardín, Villaricos y la propia Cádiz. De todas ellas destacan las cremaciones sin urna depositadas en fosas en Cádiz y Villaricos. No faltan los encanchados tumulares utilizados para sellar alguna sepultura, un tipo de estructuras que se conocen bien en las necrópolis “orientalizantes” de la Península., por lo que el análisis del comportamiento funerario en los enclaves fenicios debe completarse con los nuevos datos que apuntan a una mayor complejidad en los sistemas de enterramiento que ya no pueden reducirse a los modelos de Laurita (tumbas de pozo)-Trayamar (hipogeos o cámaras funerarias), Jardín-Puente Noy”.
En Málaga, la necrópolis de Jardín también destaca por la variedad de sus estructuras y de los rituales funerarios. Esta variedad comprende fosas simples excavadas en la roca, fosas compuestas con resaltes y bancales laterales y una pequeña fosa excavada a mayor profundidad, cistas de sillares, grandes y profundas fosas que contienen cistas de sillares cuidadosamente trabajados que sostuvieron una cubierta de madera y adobe, y que se hallan precedidas, al menos en un caso, de un dromos horizontal, que recuerdan algunas de las tumbas de cámara de Trayamar. Tanto la incineración como la inhumación están presentes y son muy característicos los pequeños sarcófagos de piedra.
El impacto de la arquitectura fenicia en el ámbito autóctono.
La primera distinción pertinente establece una diferencia neta entre la adopción de las técnicas constructivas y la adopción de la mentalidad y usos que subyacen tras una determinada concepción del espacio doméstico y la organización del habitat. En líneas generales se puede afirmar que las sociedades autóctonas adoptaron algunos elementos y soluciones constructivas propias del urbanismo fenicio, como la planta cuadrangular de las viviendas y el empleo de revestimientos elaborados recubriendo la superficie de las estructuras, pero no la concepción ni distribución de la casa fenicia de varias estancias, cerrada al exterior y abierta a un patio interior.
Aún así, en algunos lugares, como San Bartolomé de Almonte (Huelva), El Cerro de la Encina (Monachil, Granada), Galera (Granada) o la Colina de los Quemados (Córdoba) se mantiene el habitat de cabañas. Y en otros, a pesar de la instalación de población fenicia en un sector del asentamiento, como ocurre en la Peña Negra (Crevillente, Alicante), el panorama es el de una falta de homogeneidad que alterna la pervivencia de ténicas -muros de tapial- y estructuras -planta circular, banco corrido- propias de la tradición local con la presencia de innovaciones, sobre todo enlucidos y revestimientos, muros de adobe aunque de forma minoritaria, y plantas en angulo recto que podemos atribuir, almenos en parte, ya que las casas angulares están también presentes entre las viviendas más antiguas, a la influencia fenicia.
Por otra parte, la aceptación de los elementos arquitectónicos y las técnicas constructivas de los fenicios parece haber sido bastante lenta en algunas regiones, como en Los Alcores de Sevilla, la zona costera al este del Estrecho, pese a la temprana y abundante presencia de asentamientos fenicios, o el área del SE peninsular, y sólo cristalizan a fines del siglo VII e inicios del VI, en contraste con lo que se observa en el zona de Huelva o en Cástulo, por lo que podemos hablar de un impacto muy desigual en el tiempo y el espacio. Por otra parte, se trata de un urbanismo que imita más el aspecto que el contenido o la funcionalidad de las viviendas fenicias.
En lo que a la arquitectura pública o “monumental” concierne, los datos disponibles sugieren una temprana presencia fenicia en los sitios en que se constata. Así, en Tejada la Vieja (Huelva) la aparición de construcciones con zócalo de piedra y planta rectangular, un urbanismo planificado en torno a calles de trazado rectilíneo y una muralla construida con técnica fenicia parecen responder al asentamiento de población fenicia a finales del siglo VII a. C., mientras que la presencia en Quinta de Almaraz (Almada, Portugal) de un foso similar al de Castillo de Doña Blanca, de un vaso de alabastro y pesos cúbicos de plomo muy parecidos a los encontrados en el Cerro del Villar ha sido interpretada, al menos a nivel de hipótesis, en el mismo sentido.