Carecemos de muchas de las fuentes fundamentales para el conocimiento de la religión cananeo-fenicia. Faltan, sobre todo, los textos de carácter litúrgico (himnos, plegarias, etc), y los mitológicos, a excepción de los de Ugarit, tampoco son numerosos y responden a versiones y reinterpretaciones muy tardías, como la de Filón de Biblos.
Los textos orientales.
Las tablillas encontradas en Ugarit, que fue una de las principales ciudades cananeas marítimas durante los siglos XV, XIV y XIII a. C. nos permiten conocer el ciclo canónico de Ba‘al, una de las principales divinidades, así como su ciclo menor, también una serie de mitos relacionados con el culto de otras divinidades, como El o Yarhu, rituales de fecundidad, sagas y epopeyas, algunas, como la de Kirta, claramente épicas, y, por último textos relativos a la praxis ritual, entre los que no faltan los conjuros y advocaciones de carácter mágico. Los mitos y las leyendas de Ugarit preludian en muchos puntos y aspectos la mitología fenicia posterior. Así mismo, la mayor parte de los miembros del panteón ugarítico sobrevivieron a la crisis que puso fin a la Edad del Bronce, y los encontramos integrados en los diversos panteones de las ciudades fenicias de la Edad del Hierro.
Los autores griegos y latinos.
Nada semejante se encuentra después, en las ciudades fenicias orientales y en las colonias y asentamientos que surgieron como fruto de la expansión por el Mediterráneo. La documentación se reduce ahora a las inscripciones, que son mucho más abundantes en el Mediterráneo occidental, en donde destacan las más de seis mil halladas en Cartago, documentos arqueológicos de carácter muy desigual, con predominio de los procedentes de las necrópolis y los tofets, y a las alusiones y comentarios en los textos de autores griegos y latinos, que, no obstante, dan a los dioses fenicios nombres de sus propias divinidades, lo que no siempre facilita su identificación. Paradigma de esto último es el famoso texto de Polibio sobre el “juramento de Aníbal” en donde se mencionan las divinidades cartaginesas con nombres griegos. Mientras que algunas, las menos, son fácilmente reconocibles, sobre las restantes se ha producido un largo debate que aún continúa sin conclusiones satisfactorias. Con todo, cabe destacar los elementos mitológicos y los aspectos importantes de una teogonía recogidos por Ferécides en el siglo VI a. C. y que nos han sido transmitidos por el muy posterior Eusebio de Cesarea, así como los trazos de una cosmogonia fenicia recogidos tardíamente por el neoplatónico Damascio y el bizantino Juan de Antioquía. De carácter cosmogónico es asimismo la información que Filón de Biblos, autor de época helenística, tradujo del fenicio al griego y que recoge de la obra de un tal Sanshuniaton, escritor fenicio que habría vivido en época cercana a la Guerra de Troya. También Plutarco en su Tratado de Isis y Osiris recoge elementos de mitos fenicios, y en la Diosa siria, atribuida a Luciano de Samosata se encuentra información sobre algunos dioses, particularmente Adonis, y las formas del culto fenicio. Otros datos se encuentran en la Biblioteca del Pseudo-Apolodoro conocida únicamente por un compendio de época bizantina, y en las Dionisicas de Nonno de Panápolis, del siglo V de nuestra era, de las que el libro XL se refiere a Tiro y contiene el eco de leyendas fenicias.
Fuentes epigráficas e iconográficas.
Las inscripciones procedentes de Oriente, encontradas no solo en Fenicia, sino en Palestina, Chipre, Egipto, Siria, Anatolia y Mesopotamia, proporcionan información abundante, sobre todo, en nombres teóforos. En Occidente, una gran parte de las inscripciones proceden de los tofets por lo que su problemática está indisolublemente unida a la del sacrificio molk. Las fuentes iconográficas son importantes y abundantes, tanto en Oriente como en Occidente, pero la falta de textos compromete en muchos casos su interpretación y su valor informativo. Aún así, algunas iconografías, como la esfinge, el grifo o el árbol de la vida, por poner algunos ejemplos, resultan claras y conocidas. También las estelas púnicas procedentes del norte de Africa han permitido reconstruir algunos detalles del ceremonial de los sacrificios. Las estatuas de divinidades procedentes de santuarios son escasas, al contrario que las monedas y los ex-votos. Estos últimos, al igual que los amuletos y los pequeños objetos recogidos generalmente en las necrópolis, llevan símbolos rituales y divinos que no siempre resulta sencillo interpretar. Es preciso tener en cuenta, por otra parte, que como sistema de significados los símbolos rituales suelen ser polivalentes, transmitiendo al mismo tiempo normas y valores que rigen la conducta así como significados emocionales, ya que, como es sabido, en el ritual se expresa y regenera el orden social al mismo tiempo que se representan las normas y valores básicos del sistema sociocultural. Todo ello aumenta la complejidad de su interpretación
Problemática.
La religión cananeo-fenicia muestra una serie de afinidades notorias, en los dioses, los mitos y los rituales con las religiones del mundo circundante, particularmente Siria, Mesopotamia y Egipto. Uno de sus rasgos más típicos, que no obstante no debe ser exagerado, es el de un cierto aniconismo presente también en las religiones de otros pueblos semitas. En algunos casos la divinidad no era representada por su estatua o esfinge, sino por un objeto, un betilo, una ashera o un ara, en el que se supone reside el dios. Rituales anicónicos que se realizaban ante altares, sin ninguna otra representación de la divinidad, son bien conocidos en Fenicia así como en Occidente, donde el que se celebraba en el templo de Melkart en Gadir alcanzó una gran fama. En otras ocasiones, sin embargo, dioses y diosas eran representados por sus estatuas que, según la tradición oriental, residían en el templo como “casa de la divinidad” y recibían allí su culto diario que parece haber incluido, además de las ofrendas destinadas a su alimentación, su cuidado y aseo.
Los dioses.
Al igual que en otras muchas partes del mundo antiguo, también entre los cananeos y, luego, entre los fenicios el conjunto de las creencias y sus ritos se definió como un sistema politeísta que representaba la totalidad de los intereses y los deseos del hombre y la sociedad. Tanto en los textos ugaríticos como fenicios se caracteriza con frecuencia a los dioses como “santos”, con el probable significado de “divino”, “excelso” y “totalmente otro”. Había dioses principales y otros menos importantes, jerarquizados al igual que se jerarquizan las funciones en el marco social.
El, Athirat y su progenie.
El dios supremo era, en un principio, El, y como tal aparece en los textos de Ugarit presidiendo la asamblea de los dioses, aunque luego, en las inscripciones fenicias posteriores aparece únicamente en los nombres teóforos como equivalente a la noción genérica de “dios”. Se discute el sentido original de su nombre, aunque puede que esté relacionado etimológicamente con las nociones de “poderoso” o “primero”, sin que ambas tengan que ser excluyentes. Es evidente que la idea que los semitas occidentales tenían de dios iba ligada de forma inseparable a los conceptos de fuerza y poder. “El” era considerado gran creador de las criaturas y se le atribuía un carácter benévolo y misericordioso. Era frecuente designarle como "el Toro El". Su consorte era la diosa Athirat o Asherát, a la que se llamaba "Señora de Asherát del Mar" y "la que crea, o da a luz a los dioses", aunque otras veces se la mencionaba simplemente como "la diosa", para indicar su condición de pareja de El.
Los textos orientales.
Las tablillas encontradas en Ugarit, que fue una de las principales ciudades cananeas marítimas durante los siglos XV, XIV y XIII a. C. nos permiten conocer el ciclo canónico de Ba‘al, una de las principales divinidades, así como su ciclo menor, también una serie de mitos relacionados con el culto de otras divinidades, como El o Yarhu, rituales de fecundidad, sagas y epopeyas, algunas, como la de Kirta, claramente épicas, y, por último textos relativos a la praxis ritual, entre los que no faltan los conjuros y advocaciones de carácter mágico. Los mitos y las leyendas de Ugarit preludian en muchos puntos y aspectos la mitología fenicia posterior. Así mismo, la mayor parte de los miembros del panteón ugarítico sobrevivieron a la crisis que puso fin a la Edad del Bronce, y los encontramos integrados en los diversos panteones de las ciudades fenicias de la Edad del Hierro.
Los autores griegos y latinos.
Nada semejante se encuentra después, en las ciudades fenicias orientales y en las colonias y asentamientos que surgieron como fruto de la expansión por el Mediterráneo. La documentación se reduce ahora a las inscripciones, que son mucho más abundantes en el Mediterráneo occidental, en donde destacan las más de seis mil halladas en Cartago, documentos arqueológicos de carácter muy desigual, con predominio de los procedentes de las necrópolis y los tofets, y a las alusiones y comentarios en los textos de autores griegos y latinos, que, no obstante, dan a los dioses fenicios nombres de sus propias divinidades, lo que no siempre facilita su identificación. Paradigma de esto último es el famoso texto de Polibio sobre el “juramento de Aníbal” en donde se mencionan las divinidades cartaginesas con nombres griegos. Mientras que algunas, las menos, son fácilmente reconocibles, sobre las restantes se ha producido un largo debate que aún continúa sin conclusiones satisfactorias. Con todo, cabe destacar los elementos mitológicos y los aspectos importantes de una teogonía recogidos por Ferécides en el siglo VI a. C. y que nos han sido transmitidos por el muy posterior Eusebio de Cesarea, así como los trazos de una cosmogonia fenicia recogidos tardíamente por el neoplatónico Damascio y el bizantino Juan de Antioquía. De carácter cosmogónico es asimismo la información que Filón de Biblos, autor de época helenística, tradujo del fenicio al griego y que recoge de la obra de un tal Sanshuniaton, escritor fenicio que habría vivido en época cercana a la Guerra de Troya. También Plutarco en su Tratado de Isis y Osiris recoge elementos de mitos fenicios, y en la Diosa siria, atribuida a Luciano de Samosata se encuentra información sobre algunos dioses, particularmente Adonis, y las formas del culto fenicio. Otros datos se encuentran en la Biblioteca del Pseudo-Apolodoro conocida únicamente por un compendio de época bizantina, y en las Dionisicas de Nonno de Panápolis, del siglo V de nuestra era, de las que el libro XL se refiere a Tiro y contiene el eco de leyendas fenicias.
Fuentes epigráficas e iconográficas.
Las inscripciones procedentes de Oriente, encontradas no solo en Fenicia, sino en Palestina, Chipre, Egipto, Siria, Anatolia y Mesopotamia, proporcionan información abundante, sobre todo, en nombres teóforos. En Occidente, una gran parte de las inscripciones proceden de los tofets por lo que su problemática está indisolublemente unida a la del sacrificio molk. Las fuentes iconográficas son importantes y abundantes, tanto en Oriente como en Occidente, pero la falta de textos compromete en muchos casos su interpretación y su valor informativo. Aún así, algunas iconografías, como la esfinge, el grifo o el árbol de la vida, por poner algunos ejemplos, resultan claras y conocidas. También las estelas púnicas procedentes del norte de Africa han permitido reconstruir algunos detalles del ceremonial de los sacrificios. Las estatuas de divinidades procedentes de santuarios son escasas, al contrario que las monedas y los ex-votos. Estos últimos, al igual que los amuletos y los pequeños objetos recogidos generalmente en las necrópolis, llevan símbolos rituales y divinos que no siempre resulta sencillo interpretar. Es preciso tener en cuenta, por otra parte, que como sistema de significados los símbolos rituales suelen ser polivalentes, transmitiendo al mismo tiempo normas y valores que rigen la conducta así como significados emocionales, ya que, como es sabido, en el ritual se expresa y regenera el orden social al mismo tiempo que se representan las normas y valores básicos del sistema sociocultural. Todo ello aumenta la complejidad de su interpretación
Problemática.
La religión cananeo-fenicia muestra una serie de afinidades notorias, en los dioses, los mitos y los rituales con las religiones del mundo circundante, particularmente Siria, Mesopotamia y Egipto. Uno de sus rasgos más típicos, que no obstante no debe ser exagerado, es el de un cierto aniconismo presente también en las religiones de otros pueblos semitas. En algunos casos la divinidad no era representada por su estatua o esfinge, sino por un objeto, un betilo, una ashera o un ara, en el que se supone reside el dios. Rituales anicónicos que se realizaban ante altares, sin ninguna otra representación de la divinidad, son bien conocidos en Fenicia así como en Occidente, donde el que se celebraba en el templo de Melkart en Gadir alcanzó una gran fama. En otras ocasiones, sin embargo, dioses y diosas eran representados por sus estatuas que, según la tradición oriental, residían en el templo como “casa de la divinidad” y recibían allí su culto diario que parece haber incluido, además de las ofrendas destinadas a su alimentación, su cuidado y aseo.
Los dioses.
Al igual que en otras muchas partes del mundo antiguo, también entre los cananeos y, luego, entre los fenicios el conjunto de las creencias y sus ritos se definió como un sistema politeísta que representaba la totalidad de los intereses y los deseos del hombre y la sociedad. Tanto en los textos ugaríticos como fenicios se caracteriza con frecuencia a los dioses como “santos”, con el probable significado de “divino”, “excelso” y “totalmente otro”. Había dioses principales y otros menos importantes, jerarquizados al igual que se jerarquizan las funciones en el marco social.
El, Athirat y su progenie.
El dios supremo era, en un principio, El, y como tal aparece en los textos de Ugarit presidiendo la asamblea de los dioses, aunque luego, en las inscripciones fenicias posteriores aparece únicamente en los nombres teóforos como equivalente a la noción genérica de “dios”. Se discute el sentido original de su nombre, aunque puede que esté relacionado etimológicamente con las nociones de “poderoso” o “primero”, sin que ambas tengan que ser excluyentes. Es evidente que la idea que los semitas occidentales tenían de dios iba ligada de forma inseparable a los conceptos de fuerza y poder. “El” era considerado gran creador de las criaturas y se le atribuía un carácter benévolo y misericordioso. Era frecuente designarle como "el Toro El". Su consorte era la diosa Athirat o Asherát, a la que se llamaba "Señora de Asherát del Mar" y "la que crea, o da a luz a los dioses", aunque otras veces se la mencionaba simplemente como "la diosa", para indicar su condición de pareja de El.
Uno de sus hijos, Ba‘al, “dueño”, “señor”, era, además de una divinidad de la vegetación, el dios de la tormenta que cabalga sobre las nubes, cuya voz es el trueno, y generador de las lluvias, en cuyo honor se ofrecían holocaustos, que incluían sacrificios humanos en los "lugares altos" en demanda de lluvia. En este papel Ba‘al se identificaba con Hadad, nombre arameo del dios de la tormenta. Era también el dios de la guerra, blandiendo un arma y arrojando su lanza, es decir el rayo, hacia la tierra. Su hermana y esposa, la diosa Anat, tenía los mismos contrastes y polivalencias, ya que era a la vez diosa del amor y del combate, y como tal poseía un carácter violento y sanguinario. También se la consideraba la mensajera de los dioses. Mientras que El y Asherát constituían la única pareja divina que había engendrado dioses, la descendencia de Ba‘al y Anat estaba constituida por la vida misma.
Si bien se produce en el tiempo un proceso de afirmación de Ba‘al como “rey de los dioses” en la literatura épica, sin embargo, El, además de manifestar una decidida intervención en los acontecimientos de los mortales, permanece en Ugarit en un primer plano. También hay un predominio de El en los rituales sacrificiales, seguido de Ba‘al en las advocaciones. En las llamadas “listas canónicas” tras El se sitúa Ba‘al con una serie descriptiva e invocativa que aparece separada con una línea horizontal del resto de las divinidades. No obstante, Ba‘al llega a alcanzar la realeza divina con el beneplácito de los dioses. En el mitema de esta afirmación, Ba‘al aparece como divinidad soberana que reina como señor del trueno (su voz), el rayo (su arma) y la lluvia (su función), sin enemigo capaz de hacerle frente.
Ashtarté, a menudo identificada con Anat, era la diosa fenicia de la fecundidad y el amor, pero también de la justicia y el derecho, y ocupa un lugar de privilegio en el panteón común de los fenicios y púnicos. Su nombre, una forma femenina de un teónimo que designa una divinidad estelar, se documenta desde el tercer milenio a. C. en Ebla y Mari, por lo que la podemos considerar como una gran diosa semítico/occidental. Originariamente poseía connotaciones guerreras como sugieren sus advocaciones como “Ashtarté del combate” y “Ashtarté de la destrucción”. También era protectora de los navegantes y a este título se la conocía como “Ashtarté del mar”. Conocida por los egipcios, que parecen haber traducido algunos de sus mitos, es frecuentemente mencionada en los rituales de Ugarit, donde a veces se la asocia a Anat, con la que comparte una belleza sin par y el amor por la guerra, y, sin embargo, ocupa un lugar secundario en sus textos mitológicos. Fue venerada en Sidón, donde compartía un templo con Eshmún y los reyes se jactaban de ejercer su sumo sacerdocio, en Sarepta y Tiro, en donde llegó a convertirse en una divinidad dinástica al lado de Melkart, así como en Akko, Cartago y muchos otros lugares del Mediterráneo occidental. Su iconografía era variada pero solía representársela como una diosa desnuda sentada sobre un león o un caballo.
La diosa Tanit, de origen oriental aunque durante mucho tiempo se creyó que era una divinidad exclusivamente africana, y considerada a veces como una de las manifestaciones de Astarté, alcanzó una gran popularidad en las colonias occidentales, particularmente en Cartago. Se trataba de una divinidad ctónica, protectora de la vida más allá de la muerte. Era la consorte de Ba´al Hammon en el panteón cartaginés. Allí la supremacía absoluta de Ba‘al-Hammón, bien documentada en las inscripciones más antiguas del tofet, comienza a ser desplazada desde finales del siglo V y comienzos del IV a. C., por la de la diosa Tanit. A partir de entonces, la importancia que va adquiriendo es cada vez mayor, apareciendo incluso frecuentemente sola en las inscripciones. Estas le dan el epíteto de “cara de Ba‘al” y por una de ellas sabemos de la existencia de un templo dedicado a Ashtarté y a Tanit del Líbano. Fuera de Cartago aparece asociada a Ashtarté en el templo de Tas es-Silg, en Malta, y en una inscripción de comienzos del siglo VI a. C. procedente de Sarepta. Su nombre aparece también en la atroponimia religiosa de Sidón y Kition, en Chipre. Su iconografía es rica pero de difícil interpretación, destacando sobre todo el famoso “signo de Tanit”, un triángulo coronado en su vértice por una raya horizontal, que en ocasiones tiene los extremos levantados, y rematado por un círculo, en el que se ve una esquematización realista de la imagen oriental de la diosa desnuda o de la hieródula de los brazos extendidos, muy frecuentes en Siria y Canaán a finales de la Edad del Bronce.
Divinidades cananeas en el ámbito fenicio.
Muchos de estas divinidades eran, como vemos, de una gran antigüedad, remontándose, como Reshef, el dios de la guerra y la peste, al tercer milenio a. C., en que aparece mencionado en los textos de Ebla. Su iconografía le presenta, con un pie adelantado, avanzando contra el enemigo y armado con lanza o hacha y tocado con un gorro cónico. Otro dios muy antiguo era Chusor, divinidad fabril y artesana a la que se le atribuía un papel importante en el origen del mundo y en la historia de las invenciones. Shapash, el dios que posee cierto carácter funerario en Ugarit, se convierte luego en Shamash, el astro solar divinizado. Hadad era el dios semita de la tormenta y como tal parece que llegó a sincretizarse con Ba‘al, aunque puede que se tratase de la misma divinidad que en los textos cananeos aparece denominada de forma genérica con un término que, convertido en nombre propio, también se utilizaba para llamar a diversas divinidades de carácter local, Ba‘al Jasor, Ba‘al Sidón, o de índole más específica, Ba‘al-Berit "Señor de la Alianza". Algunos dioses menores como Shahar, dios de la aurora, y Shalim, dios del atardecer y las sombras aparecen mencionados en los textos de Ugarit, así como Yarhu, el dios Luna. Otra divinidad secundaria muy antigua era Horón, de posible carácter ctónico. Dagón, un dios de la agricultura, era ya venerado en el tercer milenio en Ebla y Tutul. La mitología ugarítica lo convierte en padre del dios de la tormenta Ba‘al/Hadad. Algunos consideran que fue asimilado a Ba‘al-Hammon por los cartagineses. Meskir era, igualmente, un dios muy antiguo que se asimiló con El durante el II milenio para reaparecer en el mundo púnico del norte de Africa, como un fenómeno de religiosidad voluntariamente arcaizante y al margen del panteón oficial, tal vez como una respuesta de “nacionalismo” cultural frente al impacto de las influencias externas.
Ba‘al Shamen
Otra divinidad ampliamente conocida en el mundo fenicio fue Ba‘al Shamen “Señor del Cielo”, que en lugares como Biblos o Tiro llegó a ocupar el puesto más alto del panteón, y del que sin embargo no sabemos si se trata de un aspecto más del dios de la tormenta o de una divinidad celeste específica, si bien algunos estudiosos del tema reconocen en él a Elyon, antiguo jefe del panteón cananeo, al que distinguen de El, la máxima divinidad en Ugarit como ya hemos visto, y que en un cierto momento llegaría a usurpar las prerrogativas del dios Elyon. En los textos bíblicos, no obstante se menciona a una divinidad conocida como El Elyon al que el libro del Génesis se refiere como “el hacedor de cielos y Tierra”. Filón de Biblos cuenta que era denominado “el altísimo” entre los dioses de Fenicia, mientras que una inscripción aramea de mediados del siglo VIII a. C. alude a un tratado concluido en presencia de El y Elyon, lo que parece estar indicando que se trata de divinidades distintas.
Ba‘al Shamen es mencionado es muchas inscripciones fenicias y también arameas. Filón de Biblos afirma que los primeros seres vivientes sobre la tierra, en tiempos de sequía, alzaban sus manos hacia el sol, al que consideraban como único dios, señor del cielo, llamándole Beelsamen, que es el mismo que el Zeus de los griegos; ya que en época helenística Zeus había terminado por sincretizarse con el sol. A menudo aparece en las inscripciones asociado a otros dioses celestes o al dios de la tormenta y fue venerado en toda Siria aún en época helenística y romana. En Palmira, donde se conserva su magnífico templo, era especialmente conocido como dios dadivoso y benévolo.
También había otros dioses más recientes que no están documentados durante la Edad del Bronce, como eran Eshmún -aunque algunos creen poder reconocerle en algunos teóforos de Ebla-, de carácter sanador y asimilado al Asclepio griego y venerado sobre todo en Sidón, Beirut, Chipre y Cartago, o Adón/Adonis, al que se veneraba en Biblos y otros lugares de Fenicia y cuyo culto fue asimilado por los griegos. Este último, al que se dedicaban unos famosos festivales y cuyo nombre significa en fenicio "Señor", parece, sin embargo, haber sido una manifestación local de Ba‘al, al igual que Ba‘al Shamin, "el Señor del Cielo", ha podido ser la expresión de un aspecto celeste del dios de la tormenta.
Los dioses protectores de la realeza: Melkart.
Melkart es otra divinidad, en apariencia reciente. Se trata del dios protector de la ciudad de Tiro y como tal su culto habría sido instaurado en el siglo X a. C por Hiram I como colofón de una reforma religiosa que pretendía, seguramente, acentuar la identidad e independencia de Tiro frente a Sidón. Era al mismo tiempo un dios solar y marino, protector de las empresas comerciales, que terminó sincretizándose con el Heracles griego. No obstante, la antigüedad del templo del Melkart de Tiro parece estar avalada por un texto de Herodoto que visitó la ciudad y preguntó a sus sacerdotes, quienes le dijeron que se remontaba a 2300 años atrás, cuando se fundó la ciudad, lo que nos lleva al 2750 a. C, fecha que ha sido en gran medida confirmada para la ciudad por las excavaciones arqueológicas, si bien diversas tradiciones recogidas por fuentes tardías sostienen que el templo más antiguo de Melkart se encontraba, no en la isla de Tiro, sino en tierra firme, en la, así llamada, “PaleoTiro”, la Ushu de los textos asirios. Aunque es en el reinado de Hiram I cuando se establece el carácter canónico de su culto, algunos datos, como el nombre de Abimilku y de su embajador Humilku en los archivos egipcios de El Amarna, muestran al ancestro deificado de la dinastía tiria venerado en los medio palatinos del siglo XIV a. C. El dios Milku de Ashtarot, mencionado en los textos de Ugarit confirma asimismo el empleo de este teónimo, según una vieja costumbre semita.
Era al mismo tiempo un dios, ctónico, solar y marino, protector de las empresas comerciales, que terminó sincretizándose con el Heracles griego. Algunos investigadores sostienen una posible influencia asiria sobre esta divinidad cuyo epíteto de “Rey de la ciudad” estaría aludiendo, dado su carácter ctónico, a la necrópolis o ciudad de los muertos. A la vista de todo ello, parece que el reinado de Hiram I en Tiro no significó, por tanto, la introducción de su culto ex novo, como se ha sugerido en ciertas ocasiones, sino, por el contrario, el reconocimiento de una importancia creciente lograda, en parte, por su patronazgo de las empresas marítimas fenicias en el Mediterráneo.
Como muchos de los restantes dioses cananeo-fenicios, Melkart, en realidad el Ba‘al de Tiro, bajo su advocación de “Rey de la Ciudad”, convertido ahora en una divinidad poliada, era también una divinidad que sufría la muerte, en este caso consumido por el fuego, para experimentar una posterior resurreción a la vida. La egérsis era el festival que conmemoraba y reproducía anulamente la muerte y resurreción de Melkart y ha sido relacionada también con algunas adonías, los festivales en conmemoración de la muerte y resurrección de Adón/Adonis, así como con una teología solar de origen cananeo y muy relacionada con la observación de los solsticios.
Mitos y cosmogonías.
Tenemos alguna información a cerca de los mitos cananeos y fenicios por los textos de Ugarit y fuentes tardías, como Filón de Biblos. Uno de los mejor conocidos corresponde a la leyenda de Ba‘al y Anat, en realidad una dramatización de la lucha de la vegetación contra las inundaciones marítimas que siembran el caos, el desorden y la muerte. Ambos, como hemos visto, son hijos de El, el padre de los dioses y creador de todas las cosas existentes, y de su esposa Asherát, equivalente a la Ishtar mesopotámica, y luego conocida como Ashtarté entre los fenicios. En realidad El representa la fuerza trascendente tal y como se manifiesta en la creación del universo y en el mantenimiento del orden social, mientras que Ba‘al, su hijo, es la fuerza inmanente, la vida, que se manifiesta en la naturaleza bajo la forma de la vegetación y la fecundidad. El esquema de la leyenda es similar a otras conocidas en Oriente y Egipto, ya que se trata, en realidad, de un mito agrario que describe y explica el ciclo de la vegetación en sus diversas estaciones.
Entre los fenicios de la Edad del Hierro Ba‘al y Ashtarté, identificada entonces con la diosa Anat, son los dos principios (masculino y femenino) de la vegetación y la fecundidad. Tras la lucha de Ba‘al contra Yam, que personifica el mar como fuerza destructiva que amenaza la tierra cultivada, y tras la victoria del primero se sucede el combate de Ba‘al contra Mot, símbolo de la sequía y de la muerte. En esta ocasión Ba‘al es derrotado y muerto; llorado por su padre El y enterrado por su esposa/hermana Anat quién finalmente logra matar a Mot y dispersa los miembros de su cuerpo como los granos de trigo en el campo. Más tarde Ba‘al, encontrado por Anat, revive y derrota a sus enemigos. Tras su triunfo aún habrá de enfrentarse, siete años después, nuevamente a Mot que lo provoca al combate, pero que en esta ocasión resulta derrotado por Ba‘al.
Otro mito agrario es el de Adonis, dios-espiritu de la vegetación nacido de un árbol y muerto mientras cazaba un jabalí, y Ashtarté, diosa de la fecundidad y el amor, que baja al mundo subterráneo para buscarle y llevarle de nuevo entre los vivos, según un esquema muy difundido en las religiones agrarias del mundo antiguo. Adonis, resucitado en la primavera, moría con el estío, y era lamentado por la diosa, que lo hacía revivir después del invierno. Adonis era venerado en toda Fenicia, celebrándose en el verano fiestas con largas procesiones en su honor, pero particularmente en la ciudad de Biblos.
Un mito fenicio recogido por Filón de Biblos, autor de época helenística que tradujo del fenicio al griego la obra de Sanshuniatón y que fue adaptado luego a la mentalidad griega, narra como del viento, enamorado de su propio principio, surgió Mot, un caos de cieno del que aún no se habían separado las aguas, y del que se formó el resto de la creación, incluyendo los animales que fueron hechos a imagen de un huevo de aquel, que luego lanzó fuegos de los que surgieron el sol, la luna, las estrellas y los grandes astros. El calor solar fue la causa de la separación de los elementos y de la aparición de las tormentas que, mediante el trueno, dotaron de inteligencia a los animales, que hasta entonces sólo habían albergado sentimientos. Los seres humanos habrían sido creados de la unión de la pareja formada por el viento y la noche, ambos, por supuesto, divinizados.
Oráculos.
El relato de la fundación de Gadir, recogido por Posidonio y trasmitido por Estrabón (III, 5,5) menciona un oráculo como punto de partida y un templo de Melkart como punto de destino. Se ha argumentado en contra de su autenticidad el carácter visiblemente griego de algunos de sus componentes, como sería el propio oráculo que ordenó a los tirios la fundación de un establecimiento en las Columnas de Hércules. No obstante, también se ha destacado el carácter oracular de Melkart y otras divinidades fenicias (Garcia-Bellido, 1987), por lo que no es necesario pensar en la imitación de un modelo griego.
Este carácter oracular de Melkart que se hallaba presente en su santuarios de Tiro, Tibur y Gadir -en este último su oráculo alcanzaría gran fama siendo visitado por personajes de renombre, como el propio Aníbal tras el sitio de Sagunto y antes de iniciar la marcha que habría de llevarle a través de los Alpes a Italia- está confirmado por una inscripción procedente de la misma Tiro en donde se alude a él como “dios de los oráculos”. La importancia de sus vaticinios para los fenicios y púnicos debió de ser similar a los de Apolo para los griegos.
También Tanit parece haber desempeñado funciones oraculares, como se desprende de las que caracterizaban a la Dea Caelestis, que es el nombre que tomó la diosa en lengua latina. La adivinación, era, en realidad, una faceta de las divinidades celestes, ya que el significado e interpretación de las estrellas se hallaba muy ligado a estas divinidades y ya hemos visto como en muchos lugares Tanit se asocia a Ashtarté, originariamente una divinidad astral. Por otro lado, los oráculos por medio de sortes, como sería el caso del de Tanit, estuvieron muy difundidos en la Antigüedad clásica y en Oriente. Allí la presencia de una “urna de Ashtarté” en una moneda de época romana y una capilla asociada a un piscina dedicadas a la misma diosa que han aparecido en las excavaciones del templo de Eshmún en Sidón, constituyen datos que parecen apuntar en la misma dirección.
El culto.
No se conserva ningún calendario cultual fenicio ni púnico y los aspectos del culto ordinario tampoco son bien conocidos. El culto podía ser publico o privado, comunitario, colectivo o individual. A las grandes fiestas que presidían el calendario y la vida política de la ciudad, se sumaban otras manifestaciones de piedad de los fieles, organizados bien en colegios o corporaciones que, como testimonian algunas inscripciones de Cartago y otros lugares, poseían una personalidad jurídica y desarrollaban alguna clase de actividad política o municipal, o en asociaciones, como el caso de mrzh, conocido ya en el oriente fenicio, que tenían una actividad esencialmente religiosa. El culto privado, con los ritos y ofrendas que entrañaba, se podía realizar bien a nivel de linajes, familias o de simples individuos.
Se ofrecían a los dioses diversos tipos de sacrificios y ofrendas bien durante el culto ordinario, o con motivo de ciertas celebraciones o circunstancias excepcionales. También se les dedicaban monumentos, cipos o estelas, con inscripciones, rogándoles la concesión de algún favor o agradeciéndoles lo concedido. El culto a los árboles sagrados estuvo bastante difundido. En el templo de Melkart en Tiro había un olivo del que la tradición asegura que ardía perpetuamente. Existían festivales dedicados a Ba‘al y a su personificación en Adonis, que incluían procesiones, sacrificios y ofrendas, si bien estamos muy mal informados acerca de sus detalles. En Chipre destacaban las fiestas del plenilunio y la neonemia, o fiesta del novilunio, que se celebraba el mes del “sacrificio a Shamash”. En Biblos y otros lugares las Adonías, que celebraban la muerte y resurrección del dios, constituían grandes celebraciones que duraban varios días, al igual que la egérsis de Melkart en Tiro y en la que se recordaba la resurrección y epifanía de Melkart por medio del fuego. El monarca tirio participaba activamente en el festival según una antigua tradición muy arraigada en todo el Próximo Oriente, celebrabando un matrimonio ritual con una sacerdotisa o con la misma reina, y desempeñando ambos el papel de sustitutos de la pareja divina Melkart/Ashtarté.
Tanto en el ritual festivo como en el ordinario podía tener un carácter propiciatorio y/o expiatorio. Entre los ritos propiciatorios destacan los sacrificios que, como un procedimiento que establece medios para comunicar el mundo sagrado con el profano por medio de un víctima que queda destruida en el curso de la ceremonia, pueden ser también ritos con los que se pretende compartir el poder de las entidades sobrenaturales a las que se considera benévolas (comunión), o por el contrario ritos propiciatorios que dan lugar a sacrificios (cruentos o simbólicos) de carácter expiatorio. Entre los primeros, la ofrenda de las primicias, en la que se ofrecía a la divinidad los primeros frutos de la cosecha y de los ganados, tenía una especial importancia. También se realizaban ofrendas de vegetales, de incienso, de panes y de distintos tipos de ex-votos que eran consagrados a la divinidad. Tampoco fueron del todo desconocidos, aunque no parecen haber sido una práctica frecuente, los sacrificios humanos, vinculados sobre todo a la realeza y a la aristocracia, que se realizaban con ocasión de graves crisis y catástrofes, como plagas, epidemias, sequías o peligro militar inminente. Los preliminares de cualquier sacrificio comportaban, además, la decoración del altar, que se adornaban con guirnaldas y palmas, así como la preparación de la víctima, si se trataba de un animal. En este último casos, las futuras víctimas eran lavadas, alimentadas y conducidas ante el altar en una procesión solemne.
No sabemos mucho de las ceremonias religiosas, públicas y privadas, que podían incluir sacrificios, ofrendas y danzas rituales, pero las tarifas sacrificiales de Cartago testimonian una precisa organización del culto y los sacrificios. Esta documentación evoca liturgias rígidas, con detalles que nos recuerdan la puntillosa minuciosidad de las prescripciones contenidas en el Levítico. El cumplimiento de los rituales exigía la presencia de todo un personal asistente, como escribas, cantores, músicos, iluminadores, barberos y matarifes. En Cartago se puede destacar el festival de la resurrección de Melkart, entre cuyos oficiantes se hallaban sufetes y grandes sacerdotes, lo que indica que se hallaba rodeado de fasto y prestigio, a pesar del papel secundario de esta divinidad en el panteón cartaginés. Los sacrificios, al igual que el resto de la vida religiosa estaban cuidadosamente reglamentados. El cargo de sacrificador -zbh- era probablemente público y renovado anualmente. Las ofrendas incluían animales clasificados por categorías en las que intervenían la edad y el tamaño, por lo que no hay que descartar que las presidiera un criterio alimenticio, ya que unas partes eran para los sacerdotes y otras para quién ofrecía el sacrificio. Bueyes, vacas, terneras y becerros, ovejas, carneros, moruecos y corderos, aves y, posiblemente, ciervos, pero, además, había otras ofrendas que podían ser de harina, de aceite o leche. También podían ofrecerse panecillos y dulces.
La muerte y el más allá.
Los cananeo-fenicios no eran ajenos a los conceptos de alma y espíritu, que entre los semitas occidentales se denominaban neshemah y ruaj respectivamente. El espíritu, que a veces se concebía como una sombra, correspondía a un aliento de vida de origen divino, que otros seres animados podían poseer, mientras que el alma era equiparable a deseo o voluntad, el aspecto volitivo del espíritu. La muerte era concebida como un acontecimiento de significado cósmico y trascendente. Formaba parte del eterno ciclo de renovación del mundo y de la vida, por lo que no fue difícil concebir una existencia posterior en el más allá. Desgraciadamente estamos muy mal informados sobre la escatología cananea y fenicia, pero los propios ritos fúnebres nos hablan de su existencia. Entendido como un rito de tránsito, destinado a asegurar el paso del difunto de ésta a la otra vida, el ritual funerario comprendía lamentaciones, libaciones y tal vez comidas, el aseo del cadáver que era envuelto en vendas, su inhumación o cremación, y su deposición en la tumba, bien en un sarcófago de piedra o de madera, o sobre el suelo de la misma.
Las tumbas y sus ajuares nos hablan de la creencia de que los difuntos debían ser instalados con confort y protección, que se ofrecía por medio de amuletos y figurillas apotropaicas de terracota así como por medio de los rasuradores, que estaban decorados con temas esencialmente religiosos, que serían talismanes asociados a los actos de piedad que en vida realizó el difunto. los huevos de avestruz pintados eran un símbolo de vida y regeneración. La tumba se concebía como la morada eterna del difunto El ajuar funerario estaba compuesto de cerámicas, joyas y ornamentos diversos a los que probablemente se atribuía un significado simbólico y protector que a veces se nos escapa. En algunas tumbas púnicas norteafricanas los arqueólogos han encontrado una serie de pinturas que decoraban la cámara funeraria, que se han interpretado como la prueba de unas creencias muy elaboradas en la vida del más allá e incluso en una espiritualización de la misma. En una el alma del difunto aparece representada como un gallo, símbolo apotropaico muy potente, frecuentemente asociado a los mausoleos funerarios en el N. de Africa. En otra, una nave de guerra ocupada por ocho personajes, ¿tal vez los ocho dioses fenicios de la navegación?, es precedida por un personaje que flota en el aire, y que se ha interpretado como el alma del difunto o un genio malefico que trata de oponerse al avance de la nave fúnebre. De ser ciertas tales interpretaciones, también los cartagineses, como muchos otros pueblos, habrían concebido la existencia de una masa acuática como separación entre este mundo y el otro. Así mismo, la presencia de ciertas máscaras y colgantes que representan rostros con los ojos muy dilatados en algunas tumbas cartaginesas ha hecho pensar en la existencia de algunos iniciados, a los que estaría reservada una particular forma de existencia en el más allá.
Un mito fenicio recogido por Filón de Biblos, autor de época helenística que tradujo del fenicio al griego la obra de Sanshuniatón y que fue adaptado luego a la mentalidad griega, narra como del viento, enamorado de su propio principio, surgió Mot, un caos de cieno del que aún no se habían separado las aguas, y del que se formó el resto de la creación, incluyendo los animales que fueron hechos a imagen de un huevo de aquel, que luego lanzó fuegos de los que surgieron el sol, la luna, las estrellas y los grandes astros. El calor solar fue la causa de la separación de los elementos y de la aparición de las tormentas que, mediante el trueno, dotaron de inteligencia a los animales, que hasta entonces sólo habían albergado sentimientos. Los seres humanos habrían sido creados de la unión de la pareja formada por el viento y la noche, ambos, por supuesto, divinizados.
Oráculos.
El relato de la fundación de Gadir, recogido por Posidonio y trasmitido por Estrabón (III, 5,5) menciona un oráculo como punto de partida y un templo de Melkart como punto de destino. Se ha argumentado en contra de su autenticidad el carácter visiblemente griego de algunos de sus componentes, como sería el propio oráculo que ordenó a los tirios la fundación de un establecimiento en las Columnas de Hércules. No obstante, también se ha destacado el carácter oracular de Melkart y otras divinidades fenicias (Garcia-Bellido, 1987), por lo que no es necesario pensar en la imitación de un modelo griego.
Este carácter oracular de Melkart que se hallaba presente en su santuarios de Tiro, Tibur y Gadir -en este último su oráculo alcanzaría gran fama siendo visitado por personajes de renombre, como el propio Aníbal tras el sitio de Sagunto y antes de iniciar la marcha que habría de llevarle a través de los Alpes a Italia- está confirmado por una inscripción procedente de la misma Tiro en donde se alude a él como “dios de los oráculos”. La importancia de sus vaticinios para los fenicios y púnicos debió de ser similar a los de Apolo para los griegos.
También Tanit parece haber desempeñado funciones oraculares, como se desprende de las que caracterizaban a la Dea Caelestis, que es el nombre que tomó la diosa en lengua latina. La adivinación, era, en realidad, una faceta de las divinidades celestes, ya que el significado e interpretación de las estrellas se hallaba muy ligado a estas divinidades y ya hemos visto como en muchos lugares Tanit se asocia a Ashtarté, originariamente una divinidad astral. Por otro lado, los oráculos por medio de sortes, como sería el caso del de Tanit, estuvieron muy difundidos en la Antigüedad clásica y en Oriente. Allí la presencia de una “urna de Ashtarté” en una moneda de época romana y una capilla asociada a un piscina dedicadas a la misma diosa que han aparecido en las excavaciones del templo de Eshmún en Sidón, constituyen datos que parecen apuntar en la misma dirección.
El culto.
No se conserva ningún calendario cultual fenicio ni púnico y los aspectos del culto ordinario tampoco son bien conocidos. El culto podía ser publico o privado, comunitario, colectivo o individual. A las grandes fiestas que presidían el calendario y la vida política de la ciudad, se sumaban otras manifestaciones de piedad de los fieles, organizados bien en colegios o corporaciones que, como testimonian algunas inscripciones de Cartago y otros lugares, poseían una personalidad jurídica y desarrollaban alguna clase de actividad política o municipal, o en asociaciones, como el caso de mrzh, conocido ya en el oriente fenicio, que tenían una actividad esencialmente religiosa. El culto privado, con los ritos y ofrendas que entrañaba, se podía realizar bien a nivel de linajes, familias o de simples individuos.
Se ofrecían a los dioses diversos tipos de sacrificios y ofrendas bien durante el culto ordinario, o con motivo de ciertas celebraciones o circunstancias excepcionales. También se les dedicaban monumentos, cipos o estelas, con inscripciones, rogándoles la concesión de algún favor o agradeciéndoles lo concedido. El culto a los árboles sagrados estuvo bastante difundido. En el templo de Melkart en Tiro había un olivo del que la tradición asegura que ardía perpetuamente. Existían festivales dedicados a Ba‘al y a su personificación en Adonis, que incluían procesiones, sacrificios y ofrendas, si bien estamos muy mal informados acerca de sus detalles. En Chipre destacaban las fiestas del plenilunio y la neonemia, o fiesta del novilunio, que se celebraba el mes del “sacrificio a Shamash”. En Biblos y otros lugares las Adonías, que celebraban la muerte y resurrección del dios, constituían grandes celebraciones que duraban varios días, al igual que la egérsis de Melkart en Tiro y en la que se recordaba la resurrección y epifanía de Melkart por medio del fuego. El monarca tirio participaba activamente en el festival según una antigua tradición muy arraigada en todo el Próximo Oriente, celebrabando un matrimonio ritual con una sacerdotisa o con la misma reina, y desempeñando ambos el papel de sustitutos de la pareja divina Melkart/Ashtarté.
Tanto en el ritual festivo como en el ordinario podía tener un carácter propiciatorio y/o expiatorio. Entre los ritos propiciatorios destacan los sacrificios que, como un procedimiento que establece medios para comunicar el mundo sagrado con el profano por medio de un víctima que queda destruida en el curso de la ceremonia, pueden ser también ritos con los que se pretende compartir el poder de las entidades sobrenaturales a las que se considera benévolas (comunión), o por el contrario ritos propiciatorios que dan lugar a sacrificios (cruentos o simbólicos) de carácter expiatorio. Entre los primeros, la ofrenda de las primicias, en la que se ofrecía a la divinidad los primeros frutos de la cosecha y de los ganados, tenía una especial importancia. También se realizaban ofrendas de vegetales, de incienso, de panes y de distintos tipos de ex-votos que eran consagrados a la divinidad. Tampoco fueron del todo desconocidos, aunque no parecen haber sido una práctica frecuente, los sacrificios humanos, vinculados sobre todo a la realeza y a la aristocracia, que se realizaban con ocasión de graves crisis y catástrofes, como plagas, epidemias, sequías o peligro militar inminente. Los preliminares de cualquier sacrificio comportaban, además, la decoración del altar, que se adornaban con guirnaldas y palmas, así como la preparación de la víctima, si se trataba de un animal. En este último casos, las futuras víctimas eran lavadas, alimentadas y conducidas ante el altar en una procesión solemne.
No sabemos mucho de las ceremonias religiosas, públicas y privadas, que podían incluir sacrificios, ofrendas y danzas rituales, pero las tarifas sacrificiales de Cartago testimonian una precisa organización del culto y los sacrificios. Esta documentación evoca liturgias rígidas, con detalles que nos recuerdan la puntillosa minuciosidad de las prescripciones contenidas en el Levítico. El cumplimiento de los rituales exigía la presencia de todo un personal asistente, como escribas, cantores, músicos, iluminadores, barberos y matarifes. En Cartago se puede destacar el festival de la resurrección de Melkart, entre cuyos oficiantes se hallaban sufetes y grandes sacerdotes, lo que indica que se hallaba rodeado de fasto y prestigio, a pesar del papel secundario de esta divinidad en el panteón cartaginés. Los sacrificios, al igual que el resto de la vida religiosa estaban cuidadosamente reglamentados. El cargo de sacrificador -zbh- era probablemente público y renovado anualmente. Las ofrendas incluían animales clasificados por categorías en las que intervenían la edad y el tamaño, por lo que no hay que descartar que las presidiera un criterio alimenticio, ya que unas partes eran para los sacerdotes y otras para quién ofrecía el sacrificio. Bueyes, vacas, terneras y becerros, ovejas, carneros, moruecos y corderos, aves y, posiblemente, ciervos, pero, además, había otras ofrendas que podían ser de harina, de aceite o leche. También podían ofrecerse panecillos y dulces.
La muerte y el más allá.
Los cananeo-fenicios no eran ajenos a los conceptos de alma y espíritu, que entre los semitas occidentales se denominaban neshemah y ruaj respectivamente. El espíritu, que a veces se concebía como una sombra, correspondía a un aliento de vida de origen divino, que otros seres animados podían poseer, mientras que el alma era equiparable a deseo o voluntad, el aspecto volitivo del espíritu. La muerte era concebida como un acontecimiento de significado cósmico y trascendente. Formaba parte del eterno ciclo de renovación del mundo y de la vida, por lo que no fue difícil concebir una existencia posterior en el más allá. Desgraciadamente estamos muy mal informados sobre la escatología cananea y fenicia, pero los propios ritos fúnebres nos hablan de su existencia. Entendido como un rito de tránsito, destinado a asegurar el paso del difunto de ésta a la otra vida, el ritual funerario comprendía lamentaciones, libaciones y tal vez comidas, el aseo del cadáver que era envuelto en vendas, su inhumación o cremación, y su deposición en la tumba, bien en un sarcófago de piedra o de madera, o sobre el suelo de la misma.
Las tumbas y sus ajuares nos hablan de la creencia de que los difuntos debían ser instalados con confort y protección, que se ofrecía por medio de amuletos y figurillas apotropaicas de terracota así como por medio de los rasuradores, que estaban decorados con temas esencialmente religiosos, que serían talismanes asociados a los actos de piedad que en vida realizó el difunto. los huevos de avestruz pintados eran un símbolo de vida y regeneración. La tumba se concebía como la morada eterna del difunto El ajuar funerario estaba compuesto de cerámicas, joyas y ornamentos diversos a los que probablemente se atribuía un significado simbólico y protector que a veces se nos escapa. En algunas tumbas púnicas norteafricanas los arqueólogos han encontrado una serie de pinturas que decoraban la cámara funeraria, que se han interpretado como la prueba de unas creencias muy elaboradas en la vida del más allá e incluso en una espiritualización de la misma. En una el alma del difunto aparece representada como un gallo, símbolo apotropaico muy potente, frecuentemente asociado a los mausoleos funerarios en el N. de Africa. En otra, una nave de guerra ocupada por ocho personajes, ¿tal vez los ocho dioses fenicios de la navegación?, es precedida por un personaje que flota en el aire, y que se ha interpretado como el alma del difunto o un genio malefico que trata de oponerse al avance de la nave fúnebre. De ser ciertas tales interpretaciones, también los cartagineses, como muchos otros pueblos, habrían concebido la existencia de una masa acuática como separación entre este mundo y el otro. Así mismo, la presencia de ciertas máscaras y colgantes que representan rostros con los ojos muy dilatados en algunas tumbas cartaginesas ha hecho pensar en la existencia de algunos iniciados, a los que estaría reservada una particular forma de existencia en el más allá.